jueves, 29 de marzo de 2007

NOS OBSERVAN



Ahí, desde lo alto. Los francotiradores del deseo. Apuntan directos hacia el lugar donde intuyen que está el alma. Nos dejan hambrientos. Nos dan de beber agua salada.
Paseamos por las tablas, arriba y abajo, de izquierda a derecha. Somos conscientes de sus miradas. Sabemos que vienen a devorarnos.
Algunos corren, se ponen a cubierto, se unen al grupo que cruza la calle, sin aliento, para ponerse a salvo de sus ojos de piedra.
Otros se inventan un delirio y lo gritan de viva voz. No se sabe si han perdido la cabeza, o tal vez, sólo el miedo. O quizá primero una cosa y luego la otra. Una suerte de ley de causa-efecto.
Hay quien se encierra en sus paredes, las decora con campos que reverdecen bajo la implacable luz de las bombillas. Pinta claveles en las esquinas, flores que no dejen un rastro de olor, que no adulteren el ambiente, sólo para la vista.
Y hay quien no modifica su paso. Y levanta la mano. Y los saluda. Los más audaces, les invitan a un café y conversan. Deshacen el encantamiento. Les regalan la existencia. Logran que dejen de ser fantasmas y se conviertan en aliados. Son los que tienen a raya las emociones. Los cabales. Esos que miden sus latidos sin quererlo. Esos que aceptan y caminan. Y de vez en cuando se sacan una china del zapato. Y de vez en cuando corren sin sudar. Los que, cuando llega la noche, saben que ellos descienden las miradas pero que nunca duermen. Nunca. Nunca bajan la guardia.

martes, 27 de marzo de 2007

ESCOLLOS


Qué bien meterse en la cama cansado. Ese instante en el que estiramos las piernas sobre las sábanas limpias, bien tersas.
Soltar el aire hasta vaciar los pulmones. Coger el libro de la mesita, y dejar que vague la mente por sus páginas, puede que sin prestarle demasiada atención, pero, desde luego, sin permitir que nos asalte la inquietud por las cosas que no nos dio tiempo a hacer, por los asuntos que siempre posponemos.
Apagar la lamparita, cerrar los ojos y rendirnos al sueño, sin caer en la tentación de inventarnos propósitos para el día siguiente. Propósitos que tal vez el miedo no nos permita cumplir.

¿Qué tiene esto que ver con los escollos? Nada. Nada. Nada.

sábado, 24 de marzo de 2007

DETRÁS DEL TIEMPO

Musèe D´Orsay. París.
Lo que queda detrás del tiempo son los recuerdos.
las decisiones.
Las ganancias.
Las pérdidas.
Los sentimientos.
Las imágenes impresas en la retina.
El abono para sembrar días más felices.
Campos de lavanda que sólo podemos ver con los ojos cerrados.

miércoles, 21 de marzo de 2007

DE DÓNDE VENIMOS, A DÓNDE VAMOS


Después de todo, estemos donde estemos, seamos de donde seamos, cuando la luz se pone verde todos echamos a andar.
Ojalá hubiera semáforos para los sueños. Algo que nos mostrara con claridad meridiana que podemos seguir andando sin riesgo de atropellos, de no llegar nunca a la acera de los sueños.
Tal vez ese semáforo lo tengamos dentro y solo haya que aprender a mirarlo con otros ojos, ajenos al miedo. Unos ojos que no se arredren por mirar a lo alto, bien lejos, a pesar de que comprueben lo limitada que resulta su pobre mirada humana.

miércoles, 14 de marzo de 2007

DE LOS CAMBIOS, DEL MIEDO

Dicen que, según te haces mayor, cada vez cuesta más afrontar los cambios. Parece ser una cuestión de plasticidad cerebral. O que tal vez, de tanto dar vueltas, logramos contagiarle el miedo a nuestras células. Como aplicarles un chorro de nitrógeno líquido que las deje tiesas, congeladas.
Me temo que esta disquisición es como lo del huevo y la gallina.
El caso es que creo que es frente a los cambios cuando más patente se hace nuestra vulnerabilidad. Incluso por defecto, y al decir ésto pienso en esas personas que hacen de su modo de vida el estar en constante transformación.
Hasta cambiar de compañía telefónica puede suponer un problema que nos regale unas cuantas noches en blanco. No digo ya nada de dejar a nuestra pareja, cambiar de piso, de trabajo, de ciudad, de país...
Hay que coger la lupa para descubrir al miedo, agazapado detrás de nuestras esquinas. Pero, una vez localizado, ¿qué hacemos con él?
Siempre nos parece que tenemos mucho que perder, que vamos a dejar demasiadas cosas en el camino si nos decidimos por afrontar las situaciones nuevas. La imaginación se pone al galope y terminamos con el cuerpo magullado y la ilusión llena de agujetas. Y es que la preocupación debería considerarse modalidad olímpica. Qué reñida estaría la competición, entonces. Cuántas medallas atesoraríamos.
Digo yo que habrá que asumir los riesgos. Hacer un poquito de yoga cerebral que flexibilice al optimismo. Blandir la escoba para amenazar al miedo hasta que salga corriendo por la puerta.
O lo que es lo mismo, entender que los cambios, sencillamente, forman parte de la vida y que es mejor agarrar bien el capote que negarse a entrar en el ruedo.
Y todo esto por ser fiel a una de mis principales máximas: que uno repite -y enseña- lo que más necesidad tiene de aprender.

lunes, 12 de marzo de 2007

LA CRUELDAD DE LOS OBJETOS

Llegará un día en que nosotros nos iremos y ellos se quedarán, con la mirada quién sabe si perdida.
O incluso ahora, quién no tiene en casa algún objeto importante del pasado, un regalo de alguien que fue importante y que ya no está. Y esas cosas nos miran burlonas desde su espacio. Se obstinan en recordarnos lo bueno y lo malo.
Cuanto más lo pienso, menos sentido les encuentro a los dictados de esta sociedad de consumo.
Las tarjetas de crédito son entes que nos susurran, nos tientan. Tienen toda una multiplicidad para ofrecernos.
...Y todo este cisco viene a que, el otro día, unos amigos me informaron que hay (o va a haber) una nueva consola -la playstation nosécuantitos- que cuesta más de seiscientos euros y que ¡¡ya está agotada!! Incluso antes de salir a la venta.
Loco mundo, que nos modela a su imagen y semejanza.
Me ha venido a la cabeza un poema de Borges que habla, mucho mejor que yo, por descontado, de todo esto.

LAS COSAS

El bastón, las monedas, el llavero,
la dócil cerradura, las tardías
notas que no leerán los pocos días
que me quedan, los naipes y el tablero,
un libro y en sus páginas la ajada
violeta, monumento de una tarde
sin duda inolvidable y ya olvidada,
el rojo espejo occidental en que arde
una ilusoria aurora. ¡Cuántas cosas,
limas, umbrales, atlas, copas, clavos,
nos sirven como tácitos esclavos,
ciegas y extrañamente sigilosas!
Durarán más allá de nuestro olvido;
no sabrán nunca que nos hemos ido.

JL Borges.

domingo, 11 de marzo de 2007

SILENCIO EN EL SUPERMERCADO

Hace ya tres años. Cuesta pensar que sirve la misma medida para contar el tiempo de la ausencia. Sesenta segundos por minuto, sesenta minutos por hora...El contador parece detenerse con las lágrimas, o cuando se ralentiza la respiración.
Creo que era un jueves. Desde bien temprano, las mismas imágenes desde la pantalla de la tele.
Y ese hueco que se abría camino sustituyendo a la carne, impidiendo que pasara hasta el café.
Cada bien poco, cambiaba el número de víctimas. Recuerdo que eran veintiuna en el primer recuento que escuché. Y me pareció una enormidad.
Un par de horas pegada al receptor. Estupefacta, desolada. Luego la vida sigue. Y me había quedado sin leche. Bajé a hacer la compra. La gente había salido de las tiendas, de las oficinas cercanas. Estaban ahí, parados, en pie en mitad de la fría mañana. Sin hablarse.
Como sombras, yo y otros como yo, sólo personas, recorríamos los pasillos del supermercado, mirando los lineales. Creo que sin verlos del todo bien. A tientas. Ese nudo en el estómago no cedía con el movimiento. Y el hueco seguía creciendo dentro, más y más.
Me detuve. No sabía qué era, pero notaba cambiado algo en aquel espacio tan común. La gente hablaba en susurros. Se masticaba el vacío.
Me di cuenta al poco. Habían quitado el hilo musical. Sólo se podía escuchar el ruido de los propios engranajes. El "bip" de la caja al leer los códigos de barras. El arrastrar metálico de los carritos, tan vacíos como nuestros ojos, aquella mañana, como la esperanza. Ruido interno, insoportable.
Quitamos estímulos con la triste intención de no sobresaturar nuestros sentidos, tal vez.
Y ni siquiera el silencio, tres años después, logra mitigar el desasosiego. No hablaré ya de la pena.

viernes, 9 de marzo de 2007

DEL MARAVILLOSO ENCANTO DE LAS PEQUEÑAS COSAS

Me sorprende la innata capacidad de mi cerebro para ilusionarse.
Lo pensaba ayer, ante un café, sentada en un bar tranquilo. La lluvia caía fuera, y quizá también dentro. No llevaba paraguas. Tenía tiempo, dinero, el pelo recién lavado y un libro en el bolso. Esta conjunción astral me obligó.
De repente, como sucede casi todo, me asaltó la felicidad. Una felicidad con los contornos definidos por la loza de una taza de café, por los márgenes del volumen que tenía entre las manos. Limitada al momento. Infinita en la memoria.
También hacía falta llevar abiertos los postigos del alma.
Y sufrir una parálisis neuronal transitoria, restringida al hemisferio cerebral izquierdo.
Qué sencillo, a veces.

jueves, 8 de marzo de 2007

POR ALUSIONES...


No lo he podido evitar. A los que no lo conozcáis, os presento al Mont Saint Michel. La foto no es muy buena, pero vale para hacerse una idea. La fotografía que puse ayer es de la bahía, tomada desde arriba, desde la ciudadela.
Hacía frío y llovía, como podeis ver, el día que fui a parar allí. Pero poco importó. Me sobrecogió la fuerza de este lugar nada más ver lo que tenéis en la imagen. Un sitio en el cual, por encima del vocerío de los turistas, las piedras logran transmitirte parte de sus secretos.
Según cuentan, es el segundo lugar del mundo donde las mareas alcanzan mayor amplitud. Llegan a subir hasta quince metros. Durante la pleamar, el mont Saint Michel recupera su condición de isla. Cuando la marea retrocede, se abren mil caminos en la arena; caminos que pueden recorrerse a pie, por toda la bahía.
Todo el conjunto construído sobre el monte es medieval y está conservado a la perfección.
Allí, supe por primera vez que el síndrome de Stendhal existe. Con la respiración entrecortada y todo, me prometí volver.
Y ahora os invito a todos a que, si tenéis la oportunidad, conozcáis este lugar sorprendente.

miércoles, 7 de marzo de 2007

CUANDO BAJA LA MAREA



Cuando retrocede ese mar de líos, de inseguridades.
Si baja la marea del orgullo y del aislamiento. Si diseccionamos la intención, le quitamos la ganga, y extraemos lo que queda, aunque lo tengamos que ver al microscopio...
Puede que se abran caminos en la tierra mojada. Caminos que hay que buscar. Senderos que nos abran el acceso. Senderos no exentos de peligros, que además nos regalan la posibilidad de la aventura, el reto del acercamiento. Ese algo apasionante que tiene la necesidad de despojarse un poco de lo propio, para así poder conocer a otros seres.
Esas islas lejanas dejarán de estar fuera del alcance humano.


foto: Islote de Tombelaine. Bahía del Mont Saint Michel. Francia.

martes, 6 de marzo de 2007

INVENTARIO

Una cama.
Tres juegos de sábanas.
Cuatro juegos de toallas.
Unos quinientos libros.
Dieciséis cuadernos escritos de punta a cabo.
Demasiadas palabras y nadie que de la vez.
Una hernia discal.
Algunos viernes de dolores.
Tres sueños imposibles.
Varios sueños cumplidos.
Diez amigos del alma.
Cuatro amores caídos.
Un ordenador portátil.
Una novela a medio escribir.
Dos colecciones de poemas adolescentes.
Dos brazos que se hacen los despistados.
Dos piernas con vocación de cruzadas.
Dos pupilas inquietas.
Varios miles de neuronas ebrias.
Un corazón, lleno de sangre.
Una vida.
Un ahijado.
Dieciséis respiraciones por minuto.
Humo.
Ruidos mil.
Varios kilos de azúcar.
Litros de vinagre.
Dos relojes, uno sin pila.
Un teléfono móvil.
Una familia unida.
Amig@s en el otro barrio.
Amig@s en el barrio de más allá.
Tres idiomas sin dominio.
Un sofá tentador.
Kilos de pereza.
Mucha sed: de agua, de saber, de conocer.
Seis sentidos, pelín venidos a menos.
Muchas ganas.
Incontable ilusión.
Toneladas de cariño.
Quintales de miedo.
Un ángel de la guarda.
Más de cuatro esquinitas...

La creciente certeza de que no hay espacio para registrar todo lo que se tiene.

sábado, 3 de marzo de 2007

BURNED OUT

...O "síndrome del quemado". Lamento caer en tópicos. Y también usar términos ingleses. La realidad golpea, a veces, y obliga a la reflexión.
Lo sufren muchos trabajadores, pero es casi considerado "enfermedad profesional" entre los sanitarios. Todos somos gente, y, sin embargo, cuánto nos cuesta, cuánto nos quema trabajar con gente.
Este mal afecta a la sonrisa y a las buenas maneras. Afecta a las terminaciones nerviosas, haciéndonos insensibles al dolor ajeno, a la preocupación de las personas que sufren la enfermedad y de sus acompañantes, que también la sufren, a su manera.
Una patología que nos impide, según parece, dar siquiera una simple explicación de qué estás haciendo con el cuerpo de otra persona, cuando irrumpes en su habitación de hospital, da igual la hora que sea, sin apenas mediar un saludo. Y por supuesto sin regalar ni media palabra amable.
Yo también soy personal sanitario. Y hoy me hago eco de esto especialmente. Hago autocrítica.
Y aquí, como si de unos votos públicos se tratase, asumo el compromiso de dejar mi tarea el día que no sea capaz de manifestar algo de humanidad hacia mis pacientes. El día que pueda no ya oler, siquiera intuir, las columnas de humo que salen de mi cerebro, o quizá de mi corazón. El día que mi sonrisa se quede congelada y que mis ojos dejen de ver que, detrás de esa enfermedad, detrás de ese organismo que requiere mis cuidados, hay un ser humano vulnerable.

jueves, 1 de marzo de 2007

COMO BARTLEBY

Hay días en que me gustaría poder hacer como Bartleby. O, mejor dicho, no hacer. Como él. Despachar las tareas que me resulten anodinas o desagradables con un sencillo “preferiría no hacerlo”. Limitarme a vivir. A sentir el chorro de minutos sobre mi piel. Sin rozar el nihilismo. Sin vislumbrarlo siquiera.
Dejar de darle importancia a ciertas costumbres que se nos han impuesto. Obedecer a los jefes. Producir algo. Incluirnos en la inmensa cola de seres que buscan su hueco en el mundo. Porque esto no es más que otra falacia. Tal vez, la peor, pues es autoimpuesta. Me gusta pensar que todos y cada uno, por estar donde estamos y en el momento en el que estamos ya tenemos ese lugar. Que la felicidad es algo más que una construcción de la mente. O, peor aún, una maquinación de la sociedad. Me gusta pensar que no es sumisión, ni resignación. Que aceptar quién somos y cómo somos es, en realidad, un regalo. Aceptar nuestros sueños, nuestras búsquedas. Escucharnos con los oídos limpios de otras influencias. Rechazar de plano la peor de las demagogias: la que practicamos con nosotros mismos.

Así que hoy, por experimentar un poco, cuando me asalte la prisa, cuando mi maldito pepito grillo me diga que tengo que irritarme por los que parecen cerrarme el camino; que tengo que defenderme ante ofensas que, si me paro a pensar, no pueden ofenderme. Cuando suene la campana y se reclame mi presencia en el comedero común y me sienta exigida a pisar alguna cabeza para alcanzar mi ración. Cuando esa vocecita suene, o atrone, en mi interior, con calma, casi masticando cada palabra, me diré: “Preferiría no hacerlo”.