jueves, 31 de diciembre de 2009

DESEOS




Podría suscribir casi uno por uno los deseos de la canción. Serían más que suficiente para el año que empieza, para toda una vida.
Por eso os la traigo esta tarde.


que el equipaje no lastre las alas,
que el diccionario detenga las balas,
que gane el quiero la guerra del puedo,
que las verdades no tengan complejos,
que te aproveche mirar lo que miras,
que no se ocupe de ti el desamparo,
que ser valiente no salga tan caro,
que ser cobarde no valga la pena,
que el corazón no se pase de moda...

Feliz año nuevo a todos.

domingo, 20 de diciembre de 2009

REDES

Dicen los que saben que los humanos funcionamos por contagio. La felicidad, fumar, adelgazar o engordar. Hasta la soledad. Si el vecino engorda, aumenta mi probabilidad de ganar peso. Si una amiga de mi amigo es feliz, mi felicidad es muy posible que se vea incrementada. Funciona así, según parece: se salta varios pasos, sale por la tangente, con la epidemia que toque. Dicen que pasa lo mismo con la tristeza. Pero menos.
Estos días son días de calor entre el frío. De abrazarse a los que están para aguantar eso de echar de menos. De emocionarse con los anuncios de la tele. Días de gripe y datáfonos que esquilman las cuentas corrientes. De comer de más y a menudo quedarse cortos bebiendo. Son días para pensar en los demás. Días para pensar en el contagio. Lavarse las manos antes de sentarse a la mesa, mirar con calor y decidirse. Hoy voy a ser feliz. Y puede que lo haga para ti. Así que, por favor, contagia a todos los que puedas. Seguro que así me llega. Al fin una pandemia de verdad. Con besos y llamadas por vacuna. Nunca fue tan fácil.
FELIZ NAVIDAD A TODOS
OS DESEO
UN AÑO NUEVO LLENO DE TODAS LAS COSAS BUENAS

lunes, 14 de diciembre de 2009

PAISAJE

Abrió la persiana. Todo estaba blanco. Puede que hubiera amanecido por detrás de la neblina, de los copos de nieve, del humo de los tubos de escape. Aferró fuerte la taza de café, aunque quemaba un poco. Sabía que la nieve también quema. El árbol frente a su ventana había perdido todas las hojas. La tarde anterior aún conservaba algunas, amarillas, temblorosas. Alopecia arbórea, pensó, amor caducifolio. Un barrendero amontonaba las hojas con desgana. Imaginó que el humo del café podía entrar por sus fosas nasales y luego emprender la ruta hacia el pasado, fundir los neveros que de cara al norte había ido dejando el tiempo. Todos los coches se habían vuelto blancos. Pensó en el iceberg que descendía lento por su flujo sanguíneo. Azul. Llegaría al corazón y se tropezaría en alguna de las válvulas. Le dolió el pecho. Bebió un sorbo de café como si fuera nitroglicerina. Benditas coníferas. Quién pudiera. El barrendero empujaba las hojas con el escobón dentro del alcorque, alrededor del tronco raquítico. Era absurdo. Como si el montón de hojas pudiera apuntalar su envergadura, mantenerla de pie. Le recordó a él. Podría haber sido él. Tenía más o menos la misma estatura. Qué importaba el traje reflectante, verde. Todos nos disfrazamos. Podría haber sido él si ella no se hubiera puesto a nevar. Se acordó del iceberg. Puede que echara de menos. Ese hombre podría haberse convertido en cualquiera, en cualquier tiempo, antes incluso de todos los errores. Ese hombre podría fundir los icebergs. Cerró un momento los ojos y soñó que él, caducifolio, venía a evitar el infarto masivo con un saco de sal. En la misma puerta de su casa. Apoyó la frente en el cristal, quiso verle mejor. Se le parecía tanto. Todos se le parecían ahora. El barrendero alzó la vista. Puede que recordara cómo se abraza un cuerpo. Puede que la viera a pesar de no mirarla. Anduvo hacia el siguiente árbol, calle arriba. Sopló una ráfaga de viento que desprendió una hoja del calendario. Le pareció escuchar una alarma a lo lejos, tañer de campanas. Bajó la persiana. Ni siquiera ha empezado el invierno.

miércoles, 9 de diciembre de 2009

NIEBLA. NARANJAS. MITADES.

Todo esto ha salido después del puente neblinoso y de leer a Isobel.


Somos naranjas completas. Alguien nos engañó, se inventó esa niebla para que no pudiéramos vernos en la distancia. Así nos pasamos la vida forzando la vista, esperando que se recorte esa media silueta entre la niebla y que sus pasos la conduzcan directa hacia nosotros. A veces la dejamos pasar porque la vemos entera y creemos que los ojos nos engañan. O que tiene algo de malo.
Pero si nos mantenemos, podremos comprobar que el abrigo que parecía negro era gris, en realidad. Que los ojos que parecían negros son siempre de un color indefinible que cambia según venga la luz. O la tiniebla. O el paso del tiempo. Podremos demorarnos incluso el resto de la vida en palpar cada centímetro de piel hasta notar que no falta parte alguna. Conocerse. Que no debe faltar mitad ninguna. Y podremos bajar las defensas para que él también pueda explorar y descubrir que una es entera, redonda, que no le falta ningún gajo, ninguna mitad, aunque duela un poco el orgullo. Y viceversa.
Que solos seguimos rodando calle abajo. Y, si nos impulsan un poquito, también solos, calle arriba, hasta coronar nuestras humildes cumbres.
Que lo más que puede hacerse, entonces, es intercambiar algún gajo; abrazarse con cuidado para que no se rompan las membranas. Que luego se derrama el zumo, y se evapora, y forma una niebla ácida que hace llorar los ojos. Y no vemos nada de nada. Y acabamos comprando mitades que no existen y que, por tanto, jamás podrán satisfacernos.

jueves, 3 de diciembre de 2009

HUMILDAD

A poco que camine por la calle se me bajan los humos. Todo está lleno de gente. Todo está lleno de todo. Casi me engaña: con la mirada fija en el ombligo uno se llega a creer que está solo. O que es distinto al resto. Incluso mejor. O peor. El ego hechicero se sirve de toda clase de tramoya para lograr el enfrentamiento. Tiene una chistera llena de horrores: deseo, celos, ira, odio, apego, soberbia. Una catarata de pensamientos cegadores, una cortina que cubre la sencillez y la grandeza de lo que de verdad somos.
Un día uno camina por la calle y repara en que todo está lleno de gente. Cae la noche, se encienden las ventanas. Detrás de cada luz hay un ser que quiere lo mismo. Amor, normalidad, vacaciones, ese beso diario que llevarse a la boca. Entonces los celos, la ira y el apego desaparecen. Sólo permanece la compasión. Apenas un chispazo. Y las auténticas ganas de facilitar ese camino a los que nos encontramos, con lo poco que se tenga a mano. Incluso quitándonos de en medio.