domingo, 29 de abril de 2007

ESTÁN AHÍ


Lo supe en cuanto abrí los ojos. Oí ruido en la cocina, pasos húmedos de pies descalzos en el pasillo y en la sala. Y el murmullo. Las voces aplacadas tapizando las paredes. Estaban ahí. No me atreví a moverme. Temía que el crujido del colchón me delatara. Ya habían venido otras noches, pero siempre desaparecían al alba. Siempre supe que este día acabaría por llegar, que un día ya no se marcharían. Pero esta certeza no le quitaba hierro al miedo.
No tenía escapatoria. Sentía el roce de alguno de esos cuerpos contra mi puerta. Quizá pudieran escuchar los latidos de mi corazón, ahora enloquecidos. Tal vez mi respiración llegara nítida a sus oídos invisibles, atentos a todo.
No podía huir. Veía sus sombras por el resquicio de la puerta. Maldije la reja de mi ventana. Casi me entró la risa al pensar en ella. Que estúpida. Qué ingenua. Qué manía de creer que todas las amenazas proceden del exterior.
Siempre supe que vendrían a por mí todos juntos algún día, que entonces no habría sitio donde ocultarme. De uno en uno los había ido toreando casi con maestría. Pero jamás, tengo que reconocerlo, les negué la entrada. No les dije: «No vengas más» o, «aquí no eres bienvenido».
Unos me cerraban la boca, para que nadie pudiera herirme con sus críticas. Otros me recordaban que no tenía dinero suficiente. Había uno tan intrépido que se llegaba hasta la mesita de noche y retrasaba mi despertador. Pero el peor, el del aliento inmundo, era el del «no te lo mereces».
Permanecí inmóvil tratando de pensar. El ruido crecía. Tenía la sensación de que todos estaban agolpados frente a la entrada del dormitorio. Acechando. Me acordé del silencioso, el que se limitaba a negar con la cabeza y me dejaba notas amarillas con dos únicos mensajes, en función del día: «No podrás hacerlo» o «fracasarás».
Se me ocurrió que si volviera a dormirme, tal vez, al volver a despertar se habrían esfumado. Puede que no todos, pero sí la mayoría. Ya me había enfrentado con varios de ellos al mismo tiempo y, aunque herida, había conseguido ganar esas batallas. No podrás sola, nunca sentirás, has sido mala. Pero esto era la guerra.
Cerré los ojos con fuerza. Otra vez ingenua. Cada uno chillaba su proclama. Seguro que hasta enarbolaban sus pancartas, sus banderas, peleándose entre ellos por estar en la primera fila. Le reconocí entre todos, sin necesidad de verle. Se le oía por encima del tumulto, «tic-tac-tic-tac-tic-tac» Ese, el largo y demacrado, que de repente se encogía y de repente se estiraba; el que me perseguía por las calles, con andar desvencijado y me enseñaba los dientes amarillos.
Si no podía salir de mi cuarto, ya estaba muerta. Ya habían vencido. Le daba vueltas a este pensamiento. O quizá era él el que me rodeaba, como una mariposa negra, batiendo sus alas en mi frente. Ya estaba muerta. Ya había terminado todo.
Despacio, me senté y saqué los pies de entre las sábanas. Los apoyé en el suelo: estaba frío. Los gritos se pararon un momento. Abrí el armario. Saqué mi mejor vestido y me lo puse. Los zapatos de fiesta. Las voces regresaron aún más impetuosas. Me perfumé. Elegí con cuidado los pendientes. Anduve hacia la puerta. El sonido de mis tacones sobre las baldosas me hizo gracia. Me reí. La abrí, aún con la carcajada colgando de los labios. Ya qué más me daba. Si se iba a acabar, mejor riendo. Retrocedieron un paso, dos. No me miraban. Reía sin poder contenerme. Ajena a mí y a ellos. Reía sin parar. Puede que también cantara. No lo sé. No tuve tiempo de ver sus caras. Solo de coger aire para seguir riendo.

miércoles, 25 de abril de 2007

MAREA HUMANA



Hace unas cuantas semanas pasó por delante de mi ventana un maratón. Fue una suerte de premio por haberme levantado temprano un domingo.
Allí, entre la gente que corría, estábamos todos.
Una joven corría empujando la sillita de su hijo.
Un chico sin piernas se las arreglaba para impulsar su especie de bicicleta y guiarla entre la multitud sin dañar a nadie.
Un joven serio, concentrado, marchaba a la cabeza, en completa soledad.
A cierta distancia la gran marea de colores. Un batallón de buen humor, cuyas voces se alzaban quebrando la calma de la mañana de domingo. Risas. Sobre todo risas. Jaleaban a un policía que, en pie sobre el sillín de la moto, les indicaba que cambiaran de carril.
Todos con su dorsal, su número.
Algunos en grupo, conversaban sin dejar de mover las piernas.
Otros llevaban sus auriculares puestos.
Chicas sin complejos con minúsculos pantalones de lycra y camisetas de tirantes.
Chicas con amplias camisetas tapando sus cuerpos.
Un anciano de pelo blanco y largo recogido en una coleta mínima, con su chándal añil.
Una mujer obesa, de cara enrojecida por el esfuerzo.
El crisol que somos.
Todos corremos en pos de algo. Todos corremos dejando atrás tantos fantasmas.
A todos nos gusta esa fatiga de después de haber luchado por lo creemos y queremos.
Lo único que lamento es haberlos visto desde mi ventana, sentada a la mesa.
Aunque, a pesar de mi quietud, no puedo dejar de ser consciente de que yo también me hallo en plena carrera. Como todos, como tantos. Quizá el próximo año lo demuestre, saltando a la calle como ellos, una mañana de domingo, en primavera, bien temprano, plantándole cara al frío, a la pereza, a las presiones del fracaso.
Pd.- Obsérvese que a la marea humana no la detienen los semáforos en rojo

lunes, 23 de abril de 2007

LIBROS

Hoy no puedo sustraerme a la celebración, aunque resulte poco original. El día del libro es mi día, más que el día de mi santo.
Yo no sería quien soy sin los libros. Han sido, son y serán los ladrillos de mi vida. Me han reportado multitud de momentos irrepetibles. Desde las historias de los cinco a ciertos espesos tratados de filosofía.

Hoy trato de señalar unos pocos y me cuesta mucho. Quizás el libro que más me haya marcado sea El señor de los anillos (JRR Tolkien), que se convirtió en mi lectura obligada durante muchos otoños. La insoportable levedad del ser (M Kundera), y San Manuel bueno, mártir o Niebla (Unamuno). Y la Nada de Laforet. Y Crimen y castigo, Ana Karenina o El viaje a centro de la tierra.
La Palabra sobre palabra, de ángel González; cualquiera de los poemarios de Gloria Fuertes. Los veinte poemas de amor de Neruda (no me olvido de la canción desesperada, aunque me guste menos). Benedetti. Gioconda Belli. Francisca Aguirre. Salinas. Gamoneda (al que este blog debe su nombre). Cernuda...
El encuentro con Carver, con Coetzee, con el pesado de Chejov (que Dios me perdone). El viejo que leía novelas de amor, de Sepúlveda. Hemingway y sus relatos. Y Bradbury. Y Borges, con sus cuentos y sus bibliotecas, ambos laberínticos...Y la fabulosa Conjura de los necios...Y mi recién descubierta Irène Némirowski. Y mi profe, Cristina Cerrada, y sus Noctámbulos, o su Compañía, de los que tanto he aprendido, aunque suene a peloteo.

Y porque de cada libro se puede extraer algo bueno, aunque sea lo que no hay que hacer o tan solo pasar un buen rato (esos libros-golosina como yo les digo, que, como las chuches, no son más que calorías vacías) que nadie se rasgue las vestiduras porque mencione La sombra del viento, El código da Vinci, El ocho de la Neville, El anillo de Jorge Molist, y toda la serie de El jinete a través del espejo, de Donaldson. Y muchos otros aún menos confesables, de esos que forramos con papel de regalo para que nadie descubra nuestro "pecado".

No están todos los que son, pero bien valen como muestra. No dudo de que me vendrán más a la cabeza a lo largo del día y me producirán remordimientos por no haberlos recordado en este instante, pero en algún momento tengo que terminar esta entrada.
Feliz día a todos. Que nada nos impida seguir poblando nuestros rincones (y nuestros sueños) con palabras.

martes, 17 de abril de 2007

PALABRAS QUE ABREN TODAS LAS PUERTAS

A veces nos empeñamos demasiado.
Ante las puertas cerradas nos empeñamos en desesperarnos, en replantear nuestros pasos, en perder el tiempo buscando soluciones a acertijos que no existen.



“Hay dos palabras que consiguen abrir todas las puertas:
TIRE Y EMPUJE”
Les Luthiers.

sábado, 14 de abril de 2007

SEDIMENTOS

Tropiezo. No sé cómo apareció este horizonte. Paredes verticales. Yo misma, sin ir más lejos. La sensación de náusea ante mi propia humanidad, la perplejidad ante las ecuaciones que no sabré resolver.
Sólo sentarse y respirar. Difícil cometido.Cae la arena, porque solo eso debe hacer. Cae inexorable, se deposita, sedimenta. Pronto seré un fósil sin otro menester que ver pasar al viento.

martes, 10 de abril de 2007

RECELOS

Ayer recibí una de esas noches-regalo. Había quedado para cenar con dos de mis amigas-del-alma. Una cena de lunes, después de vacaciones, en un Madrid cansado, de calles vacías. Los sitios de costumbre estaban cerrados, así que, para alargar la conversación, fuimos a un bar de copas. Dentro, sólo el camarero y un grupo de hombres trajeados, entrados en la cincuentena, que bebían y charlaban. “Esto parece Reservoir Dogs”, les dije, y añadí: “Si se ponen pesados nos vamos, ¿eh?”. Un buen rato después, se nos acercó un vendedor de rosas que nos quería dar una a cada una. Nos negamos. Él insistía, nos explicó que era el señor del fondo el que nos las regalaba. Cogimos cada una la nuestra, le dimos las gracias desde lejos. Apuramos las copas, que no la conversación, y pasado un buen rato, nos marchamos. No sin antes despedirnos del hombre, pero sin detener nuestro avance hacia la puerta.
Esta mañana he puesto la rosa en agua. Dudaba si colgarla boca abajo y dejarla secar o disfrutar de sus dos días de vida, sin intervenir en en ellos.
También he hecho el propósito de poner en agua mis recelos, esa desconfianza que me lleva a extrañarme cuando alguien, porque sí, me hace un regalo. Dejarlos sumergidos hasta que se reblandezcan lo suficiente para, sin ser ingenua ni temeraria, volver a creer que aún hay gente que da por el gusto de dar.
Y vosotros ¿habrías exprimido los dos días de juventud de la rosa, sin hacer nada para evitar que se marchite, o la habríais dejado secar, para conservarla detenida en el tiempo?

domingo, 8 de abril de 2007

ESTE PEQUEÑO SER


Este pequeño ser que se conforma hoy ha madrugado. Se ha anticipado a su aliento. Ha detenido el paso para respirar bien hondo y dar las gracias.
Este pequeño ser ha reparado en la importancia inmensa del segundo, en lo bueno que resulta despachar al tiempo sin inmutarse.
Este pequeño ser cabalga a lomos de la paradoja sin querer evitarlo.
Y rompe sus lanzas para ponerse las gafas de ver.
Resuelve los crucigramas sin empaque; se maravilla con la magia de las palabras.
Este pequeño ser se maravilla.
Hace marcas en los calendarios. Responde a sus preguntas sin ambages, por un día. Ordena los armarios para hacer espacio. Quiere quedar con alguien solo por hacer tiempo mientras espera.
Este pequeño ser sonríe al lunes, le llama en voz muy baja. Ha olvidado dejar un hueco para la melancolía. No reniega del final de las vacaciones. Ha descubierto al fin que los finales no son sino comienzos.

martes, 3 de abril de 2007

COSAS QUE CABEN EN UNA LÁGRIMA


Sal
Agua
La emoción contenida en el tiempo
Alguna tragedia
La felicidad que da una esperanza
La promesa de que aún se pueden abrir los diques
A veces, compartir nuestro misterio
A veces, todas las penas secretas
La luz de un día de verano
Trazas de adrenalina
Una muestra de la esencia que nos hace ser quienes somos
La prueba irrefutable de que seguimos vivos

domingo, 1 de abril de 2007

ESPESURAS

A veces toca convertirse en sombra. Vivir sin ser sentido. Caminar por las calles borrándoles el nombre. Comenzar al alba sin consultar la agenda de seres y estares.
Y no ponerse espeso, pese a todo. Conservar la calma y la cordura. Saber que puede que nada sea real, que estamos haciendo el tonto sin remedio. Que nos creemos algo y somos todo.
Sostener la certeza de que estamos hechos de aire y de agua, de átomos que no cesan de moverse. Que no es más que una ilusión que la materia sea compacta.
Recordar que transformamos las cosas con solo mirarlas. Que no podemos creernos inmutables y no estar equivocados.
Que el hombre es la medida para el hombre.
Que son las coordenadas las que determinan nuestro aspecto.
Qué fácil todo, a veces, qué difícil.