Cuando digo yo, digo un continuo que me supera, que poco tiene que ver con esa imagen frágil de mí misma, o de Paul*, o del vecino de enfrente (a quien mando un saludo).
Cuando digo yo estoy diciendo todo. Digo campos de lavanda y papeleras ardiendo. Digo libros, tabaco y caricias disfrazadas. El tintinear de una cucharilla en la taza de café. Y esa gota de agua que resbala por el cráneo y se pierde en el mar de su espalda. O de la mía.
Digo lo que subyace, la esencia, lo que no descubriremos. Lo que nos mantiene unidos.
Así que, dijeran lo que dijeran, Paul no había muerto. Y, en él, yo también resisto. Y él en mí. Y ambos en todo. En los átomos de carbono que convierten en azules todas las pupilas. También en el rojo de Ferrari, en los motores que se calan. En el polvo dorado que se desprende de las alas de la mariposa australiana. En los besos que se da la gente. Todo está en mí y yo estoy en todo. Pero no por ser yo. Nunca es por ser yo. Ni por ser él, ni Paul, ni el vecino de enfrente. Ni siquiera por ser la gota de agua que resbala y se pierde.
Cuando digo yo estoy diciendo todo. Digo campos de lavanda y papeleras ardiendo. Digo libros, tabaco y caricias disfrazadas. El tintinear de una cucharilla en la taza de café. Y esa gota de agua que resbala por el cráneo y se pierde en el mar de su espalda. O de la mía.
Digo lo que subyace, la esencia, lo que no descubriremos. Lo que nos mantiene unidos.
Así que, dijeran lo que dijeran, Paul no había muerto. Y, en él, yo también resisto. Y él en mí. Y ambos en todo. En los átomos de carbono que convierten en azules todas las pupilas. También en el rojo de Ferrari, en los motores que se calan. En el polvo dorado que se desprende de las alas de la mariposa australiana. En los besos que se da la gente. Todo está en mí y yo estoy en todo. Pero no por ser yo. Nunca es por ser yo. Ni por ser él, ni Paul, ni el vecino de enfrente. Ni siquiera por ser la gota de agua que resbala y se pierde.