INVICTUS
William Ernest Henley
Más allá de la noche que me cubre
negra como el abismo insondable,
doy gracias a los dioses que pudieran existir
por mi alma invicta.
En las azarosas garras de las circunstancias
nunca me he lamentado ni he pestañeado.
Sometido a los golpes del destino
mi cabeza está ensangrentada, pero erguida.
Más allá de este lugar de cólera y lágrimas
donde yace el Horror de la Sombra,
la amenaza de los años
me encuentra, y me encontrará, sin miedo.
No importa cuán estrecho sea el portal,
cuán cargada de castigos la sentencia,
soy el amo de mi destino:
soy el capitán de mi alma.
A veces llego a casa de madrugada, dejo las llaves, me lavo los dientes, me quito la ropa y hasta que no me meto en la cama no soy capaz de respirar. Me pesa tanto mi ausencia que solo se me ocurre preguntarme dónde he estado. Y hasta que no cierro los ojos no regreso a casa. Entonces, en mi mismo centro de gravedad empieza a latirme una semilla de coraje. Pequeña pero viva. Esa soy yo. La que no se amedrenta. La que no necesita de fuerza para vencer. La que no tiene nada ni nadie de quien defenderse. La que lo único que ha pedido siempre para vivir es verdad y amor del bueno. Una vida sencilla e intensa. La que se las arregla para convertir el miedo en manos que lo mismo acarician que alzan puentes, que deshacen los nudos de las redes, uno a uno.