Es por tu bien. Someterte a las bondades de la ortografía. Comprar los cuadernos con cuadrícula (milimetrados cuando somos pequeños y tenemos que aprender, claro, a ceñirnos los corsés de Escarlatas sociales). Poner los sueños en el cajón de sueños (peligrosamente cerca del de los manuscritos inéditos-rechazados-inconfesables). Un día se te salen los ojos de las órbitas. Y la cabeza se manifiesta en la Puerta del Sol, hemisferio derecho, por más señas. Reivindica su derecho a perderse en los laberintos. A hacerle un corte de mangas a Ariadna, un guiño al Minotauro (porque, vamos a ver, ¿quién me asegura que con un beso en la testuz, justo entre los dos cuernos, no se va a ablandar el bicho? ¿acaso no me pasa a mí lo mismo? ¿acaso, como decía no sé quién, la ternura no funciona siempre, siempre -por no llamarlo amor, que ya pasó el 14 y Valentín ya toma el sol en las Bahamas con los pingües beneficios-? ¿Quién nos enseñó dónde está el peligro, con mano firme?)
Por mi bien un vaso de vino diario, la moderación, la maldad justa y la perfección manifiesta. Por mi bien tratar de descubrir los vicios ocultos antes de comprar el vehículo de segunda mano. Por mi bien caminar y caminar, adelgazar, etiquetarme, ponerme precio. Por mi bien desear el deseo o dejar de desearlo, pero no dejar, nunca, no, que me contagie el virus de lo que podría ser si no existitiera la ley de la gravedad (maldito Newton): esa que nos impide reírnos de que pasa el tiempo y no encontramos la salida del puto laberinto.
Por mi bien cierro los ojos a deshora. O los abro muy bien con franca intención de soñar. Sí. Qué bello es el mundo de los vivos.