Algo tiene el otoño que induce a la pereza. Y que, sin embargo, llama al movimiento.
Nadie en los bancos. Parece que nadie mirara. Al fin solos. Nosotros y el crujir de las hojas bajo nuestros pies. Los pasos.
Puede que todo llegue cuando tiene que llegar. Que no haya más afán que mantener la cadencia exacta. La belleza de los pasos.
Exactamente como si nadie nos mirara.
Exactamente como si todo (y nada) estuviera prefijado.
Sólo mantener el ritmo apropiado, ése que nos recuerda que tenemos un cuerpo.
Sólo mantener la temperatura del ánimo, ése que nos recuerda que cabemos en algo más grande.