Es vértigo lo que me invade cuando paseo, rodeada de gente a la que miro: espejos enfrentados que caminan, cada uno con sus abismos, sus pensamientos, su originalidad vulgar. Cada uno somos el infinito, y eso me produce el mismo efecto que asomarme al vacío.
Lo mismo que escuchar el llanto de los felices. O saber que enfermamos poco a poco, y que siempre nos parecerá que sucede de repente. O pensar cómo será la rutina dentro de un tiempo, cuando muchos nos hayamos ido, transformando el paisaje para siempre con nuestra ausencia.
En ese vértigo, el de lo desconocido que entonces no será tal, también habrá alegría. Y esperanza. La vida que se abre camino a machetazos. Y nos arranca pedazos al hacerlo. De esas heridas crecerán brotes nuevos. Brotes que encerraran en sí el infinito para que no nos olvidemos de sentir el vértigo. Ni la alegría.