He ido a ver Amor. La peli ya se ha llevado varios premios y está
ultranominada a todos los premios del mundo mundial, interplanetarios
e universales.
¿Vosotros también os habéis dado cuenta del tonillo?
Que nadie interprete mi tonillo como desprecio, o como falta de
reconocimiento a la calidad de la película. Lo que me pasa es que
estoy cabreada con Haneke. Por ser tan seco, por hacer pornografía
sin el más mínimo sonrojo, por no ser capaz de crear poros de
ficción por donde respire un poquito la esperanza. Con lo caro que
está el cine, además. Que para la realidad ya está el telediario,
muchísimo más amable, dónde va a parar, a la hora de contar la
vida.
(Siempre he pensado que a los austríacos les pasa algo). (Sobre todo a
los que son alemanes y ruedan películas austríacas).
Al igual que en la vida, en Amor las cosas pasan sin más, y sin
banda sonora, ni posibilidad de reacción. En el cine no se puede ni llorar. La emoción se hace una bola
de acero que se atasca en medio de la tráquea, y nada más que a
solas, luego, en la cama, se deshace poco a poco a base de acidez e
insomnio. Con un poco de suerte lloras algo: de pura rabia cuando suena el despertador. Con menos suerte, al día
siguiente ya respiras lo bastante como para pegarle dos gritos a la cajera del súper, o a tu compañero de
trabajo; o te enfadas con tu amiga del alma, que con 39 de fiebre rompe tus
planes de ir al cine a sacarte la espina viendo a Colin Firth (o a
Bradley Cooper).
Y todo porque a Haneke le da la gana de hacer porno con nuestros
miedos: la soledad, la vejez, el sufrimiento de nuestros seres
queridos, la incapacidad, la demencia, la muerte de la esperanza.
Así que me quedo pensando en la función del arte, y en las
concesiones de éste al entretenimiento. O a la humanidad. Y en
Bradley Cooper. Porque lo demás ya lo toco con las manos