Hoy es viernes y, a pesar de que tenía planes, he preferido quedarme en casa y arreglar las cosas con él. Desde hacía unas semanas lo notaba raro conmigo. Se mostraba frío, distante. Tiene razón: llevo días sin dedicarle nada de tiempo. Un saludo apresurado mientras desayuno y apenas un rato antes de la hora de dormir. Eso los días que no he llegado muy tarde y me he metido directa en la cama, que han sido más de los que me gusta confesar. Él me conoce muy bien y es paciente conmigo, pero no podía disimular su tristeza. Se sentiría un poco abandonado, supongo que es normal, que tiene razón.
Así que he decidido que de hoy no pasaba. Es mejor buscar la solución a tiempo, poner algo de mi parte. He preparado una buena cena, he puesto música tranquila, he quemado incienso y me he sentado en su regazo. Él me ha acogido con todo su calor. Nos hemos tapado con una manta, le he leído en voz alta un buen rato... cuando hay buena disposición por ambas partes, los problemas se solucionan sin necesidad siquiera de hablar. Sobre todo cuando todo se reduce a una cuestión de tiempo y no de sentimiento, cuando hay amor auténtico, desinteresado, cuando ambos somos razonables.
Hoy me voy a la cama sintiendo la felicidad de las reconciliaciones. Feliz por haber pasado la noche con él: mi sofá. Feliz porque me haya perdonado la ausencia y porque vuelva a acogerme entre sus brazos mullidos y a sonreírme. Sin rencor.