Con cada estación abro un nuevo archivo, trato de olvidar lo que
escribí antes, de renovar la savia y seguir adelante. Luego, si
releo, cuando faltan las ideas después de veranos yermos, me
encuentro con que la repetición es tono y, desde hace tiempo, la
melancolía es timbre.
Ahora se abre el otoño en una hoja en blanco. La placidez se
convierte en maravilla y el cielo en la salvación, en algo más
parecido a la vida. Ya no solo habrá sol y un azul tan cierto como
engañoso, de puro alto. Llega la lluvia, la tormenta, poder salir a
mediodía. El café con leche, otra perspectiva del hogar. Observar
junto a la ventana cómo los árboles cambian su manto, se desnudan
poco a poco. Decir adiós con la mano al tren que parte. Dormir
arropada, al fin, entre tus sábanas limpias.
En este nuevo archivo del otoño he dejado de vagar por los andenes y
la falsa protección del hierro forjado de sus marquesinas. La piel
se ha curtido a la intemperie. Los trenes al pasar levantan polvo,
fue fácil creer en su engaño de nieblas. Pero ya no tomo más
trenes a carbón. He aprendido a caminar entre la bruma, a amar cada
uno de los pasos; a reivindicar el otoño: nunca más el fin de algo,
nunca más la transición hacia el temido invierno.