lunes, 27 de octubre de 2008

CONTRADICCIONES. Las dimensiones invisibles.

A veces uno cree que si le da tiempo a contar hasta cincuenta antes de doblar la esquina no lloverá esa tarde. O que si reenvía el correo electrónico a más de veinte personas tendrá esa sorpresa que lleva tiempo esperando. A más de cuarenta, y encontrará la solución al problema que le acucia desde siempre.
Buena parte de la ciencia se empeña en descubrir aparatos cada vez más sensibles y exactos con los que medir, estudiar, cuantificar el medio que nos rodea. Lo real.
Nadie me enseñó a disfrutar de lo que hay sin necesidad de entenderlo. Aprendí sola a elucubrar con las dimensiones invisibles. Con la telepatía. Con esos amores que viven en la distancia y que luego suelen ser mentiras. Sí que me han enseñado que, con sólo observarlas, transformo las trayectorias de los electrones. (Qué putada).
A casi todos nos gusta creer en la magia. Desdibujar los límites. Soñar con esferas perfectas. Ese universo en constante expansión nos gusta y nos da miedo. El fondo del mar nos aterra (qué felices y qué feos los peces abisales). A casi todos nos da vértigo mirar al cielo.
¿Quién se detendría para descomponer los vectores de un beso? Ni siquiera los que se ríen de quienes asumen que existe lo inexplicable y lo cuentan. Ingenuos.

sábado, 18 de octubre de 2008

SEPTICEMIA

Hay ideas que se abren paso en la cabeza por sí mismas, contra viento y marea, a través del tiempo. Y parece que nada de lo que hagas o digas, de lo que planees, de lo que trabajes, etc, etc, etc, pueda apartarlas de ti. Vuelven a salir. Comen espacio, carne y entendimiento. No hay antibiótico que las combata, crean resistencias con una facilidad sublime y, al final, la derrota ocurre por septicemia.

¿Qué queremos encontrar cuando leemos ficción? ¿De qué aprendemos más: de lo bueno que vemos, el ejemplo en positivo, o de los ejemplos negativos? ¿El cínico nace o se hace? ¿Uno puede estropearse el karma escribiendo la historia de un personaje que no pueda reunir en sí más mezquindades? ¿Acaso no somos así todos los humanos, con nuestros pequeños o grandes momentos de gloria?

¿Qué queremos encontrar cuando escribimos ficción? ¿Es posible hacer una pausa en la búsqueda de uno mismo y contar una historia simplemente por contarla? ¿No es otra de las malas jugadas del subconsciente? ¿O acaso es una buena jugada de éste para el pobre, ingenuo, maltratado escritor, una suerte de exorcismo? ¿Merece la pena dar voz a un personaje instalado plenamente en el lado oscuro? ¿No abriremos con ello la caja de pandora que nos destruya? ¿Qué pensarán de nosotros cuando lleguen a leer lo que nos traemos entre manos? ¿Qué pensaré de mí mismo al darme de bruces con toda la basura que soy capaz de evocar?


Esa mancha sale una y otra vez. Me resisto, pero me temo que ya ha comenzado la cuesta abajo. Los gérmenes se multiplican sin pudor en el perfecto caldo de cultivo que son las dudas. Orgías creativas. Todo ha dejado de hacerme efecto. Necesito ayuda, doctor.

viernes, 10 de octubre de 2008

EMPIEZO A COMPRENDERLA

Qué ilusión me hace pensar en el tiempo inmanente. Ese que se rige por leyes no visibles para los ojos. Ese cuyos estragos no quedan a merced de la opinión ajena. Cómo me alegro de que existan los conceptos abstractos, la metafísica. Es un gran consuelo para mi alma. Y también para mis sentidos.
Dentro de mí, lo que yo soy, lleva un tempo diferente. Sus pasos otoñales se despliegan al ritmo de una cadencia propia. Eubasia particular. En mi jardín interior no hay espejos engañosos que me permitan la comparación: con los demás, sí, pero sobre todo con mis recuerdos. Esos que me traicionan a cada instante que pasa, que pretenden hacerme creer que el valor estaba en la carencia.
La carencia de patas de gallo, de algunos kilos, de ciertas acumulaciones de tejido adiposo en determinadas partes de mi anatomía.
Qué gusto pensar que los ciclos del alma van a su bola, que seguiré siendo yo misma, conmigo misma, para siempre. A salvo del deterioro, que acaso es peor que la destrucción.
He tardado mucho pero al fin empiezo a comprenderla. El otro tiempo, el despiadado, me ha dado la capacidad para comprender a Ana Obregón. Me imagino que he de estarle agradecida (al tiempo, claro).

viernes, 3 de octubre de 2008

MISIÓN DE CLARIDAD

Era Ortega, según creo, quien decía que todos los seres humanos tenemos una misión de claridad; es decir, que la ocupación principal de cada uno de nosotros es iluminar nuestro trocito de realidad.
Si pienso esto cambia mi perspectiva. La propia, la de los demás. Todo pega un vuelco. Se atenúan las ganas de criticar, la intolerancia hacia las demostraciones de los demás.
Porque a estas alturas me cuesta dejar de creer en el juego de contrarios, que sin él no seríamos capaces de comprender la realidad.
Quizá por eso la miseria, la mezquindad, tenga cabida en nuestros pequeños seres de luz.
Quizá por eso la bondad, el perdón. Y el agradecimiento.
A todos los seres vivos. En todas las circunstancias.
Pero esto no es una excusa para que disculpe mis defectos, o los de los demás, sino una pista: tal vez estos fallos, puestos al automicroscopio, muestren con mayor contundencia el rumbo, pongan una marca en el lugar donde hay que empezar a cortar.
(Mi pregunta del día: ¿Por qué nadie imparte cursos de autocrítica?)