A veces uno cree que si le da tiempo a contar hasta cincuenta antes de doblar la esquina no lloverá esa tarde. O que si reenvía el correo electrónico a más de veinte personas tendrá esa sorpresa que lleva tiempo esperando. A más de cuarenta, y encontrará la solución al problema que le acucia desde siempre.
Buena parte de la ciencia se empeña en descubrir aparatos cada vez más sensibles y exactos con los que medir, estudiar, cuantificar el medio que nos rodea. Lo real.
Nadie me enseñó a disfrutar de lo que hay sin necesidad de entenderlo. Aprendí sola a elucubrar con las dimensiones invisibles. Con la telepatía. Con esos amores que viven en la distancia y que luego suelen ser mentiras. Sí que me han enseñado que, con sólo observarlas, transformo las trayectorias de los electrones. (Qué putada).
A casi todos nos gusta creer en la magia. Desdibujar los límites. Soñar con esferas perfectas. Ese universo en constante expansión nos gusta y nos da miedo. El fondo del mar nos aterra (qué felices y qué feos los peces abisales). A casi todos nos da vértigo mirar al cielo.
¿Quién se detendría para descomponer los vectores de un beso? Ni siquiera los que se ríen de quienes asumen que existe lo inexplicable y lo cuentan. Ingenuos.