No viene el autobús. No voy a llegar a tiempo. Lo sé: es culpa mía. Tenía que haber salido antes. Pero ha sido imposible. He dormido fatal, necesitaba ese ratito de siesta. No ha sido por pereza. Ha sido necesidad. Mi cuerpo, que se subleva.
Camino arriba abajo por la acera, hasta los límites marcados por el armazón metálico de la parada. Una y otra vez. Los coches pasan. Atisbo su interior. Gentes con caras que me desagradan. Les pinto yo otras, para que estén más guapos. Empiezan a encender los faros. La tarde se escapa. Me pregunto dónde irá, a qué viene tanta prisa. Al fondo de la avenida no se ve nada. Aún no viene. Miro el reloj: no llegaré a tiempo.
Diez minutos de cortesía, es lo habitual, lo que manda la buena educación.
Pienso en ella, en su cara tan cambiante. A veces sonríe sin enseñar los dientes. Cuando se pone seria me estimula, me hace poner en marcha los engranajes, buscar mejores soluciones. Cuando llora nunca sé consolarla. Sólo serán diez, quince minutos de retraso. Vaya, sería mala leche no esperarme.
No hay apenas tráfico, reparo en ello. Y siento algo parecido a la esperanza. Esperará. Cómo podría no hacerlo.
Viene el autobús. Es verde. Me anima. Subo con cuidado, son altos los peldaños, apenas me da la falda para trepar por ellos. Me siento junto a una de las ventanas. Hace frío y el aire está cargado. Un hombre me mira, sentado de espaldas al conductor. No me gusta su cara. Le pinto otra. Me pregunto si no se mareará yendo ahí sentado. Él esquiva mis ojos y a mí me entran ganas de reír.
Los semáforos se cierran cuando nos ven aparecer. Miro el reloj de nuevo. Suspiro. Mañana no dormiré la siesta, me acostaré antes, procuraré cambiar el hábito. Sólo van a ser diez minutos largos. No es para tanto. Ella me esperará.
Quizá llegue tarde. No, no. Ella es puntual como la muerte. Por algo es su contraria. O quizá su hermana. No lo sé. Niego con la cabeza. El hombre vuelve a mirarme. Ahora pensará que estoy loca. No, no, caballero. Sólo es que voy con prisa.
Ya veo mi parada. Me pongo en pie, estiro la ropa, me paso la mano para ordenar mis greñas. Atisbo la esquina, colgada de la barra para no caer por el frenazo. No veo nada, fuera ya está oscuro. Las ruedas chirrían y empieza a dolerme la cabeza. Algo parecido al miedo empieza a coger ventaja. Ya me saca medio cuerpo. Me siento como un galgo. No. Mejor, como un caballo. Si me descuido, llegará antes que yo a la cita. Se ha escapado de mis manos, no puede ser. Corre mucho más que yo, que el autobús, que el aire. Al fin se abren las puertas. Camino rápido, alcanzo el lugar exacto. Las manecillas me dicen que no he llegado por los pelos. Siete minutos. Ella no está. Ya se ha ido.
Aún perdura su perfume en el aire. El miedo se apoya en la pared, cruza las piernas y enciende un cigarrillo. Yo no sé que hacer. Ella siempre llega en punto. Se ha ido. No sé si volverá a llamar. Puede que esté enfadada. Pero yo puedo explicarlo, soy humana, no es tan raro lo que me ha pasado. Claro que ella me dirá que lo mismo me pasó ayer. Y la semana pasada. Que llevo así desde los quince años.
Tiene razón. Me da lo mismo. Que piense lo que quiera. Yo ya sé que ella es lo único que tengo. Busco una cabina. Aprieto el paso. Las volutas de humo me indican que él ni se ha movido. Respiro tranquila. Marco con decisión. Volverá a quedar conmigo. Lo sé. La próxima vez pondré el despertador. Se acabó. Solucionado. Ella querrá quedar, perdona pronto. Tal vez no le queda más remedio. Sólo la tengo a ella. Y ella a mí.
miércoles, 28 de febrero de 2007
martes, 27 de febrero de 2007
EXCUSAS
No sé por qué me devora al ansiedad en algunos momentos. Cuando pienso en la labor ingente que me queda por delante y en la pequeñez de mis manos. Cuando acuden las excusas a tomar café conmigo y se arman de valor, se crecen, se disfrazan incluso de razonables.
Y yo voy y me las creo. Porque quiero creerlas, porque tengo miedo, porque me asustan las madrugadas en las que no sale el sol, los días vacíos, los sueños que se pudren bajo las alfombras.
Las creo y las repito, como salmodias. Las dejo que acomoden a sus formas la materia maleable de mi mente.
Me adentro en la espesura, machete en mano. Me falta el valor para acuchillar a algunas sombras respondonas. Pienso en los obstáculos, los agrando al abrirles las puertas de mi casa.
Me pongo a escribir con la vaga intención de hallar la brújula. Con el deseo de juntar las letras exactas que accionen los resortes de la magia, y me empujen fuera de esta nube tóxica, sin contemplaciones.
El tiempo, las ocupaciones, la falta de talento, la competencia.
La musa, la ignorancia, la necesidad.
La responsabilidad, el reclamo del rebaño.
La exposición, las críticas. La amargura. La envidia.
Las dificultades. Los años.
El esfuerzo, el esfuerzo, el esfuerzo.
La debilidad, las dudas, las encrucijadas.
Puedo seguir confiando en la lotería.O ponerme a fabricar el boleto, la tinta, el papel. El metal del bombo, las bolas numeradas, el notario, el interventor, las azafatas neumáticas que canten los números con pasión profesional. Etcétera.
Y yo voy y me las creo. Porque quiero creerlas, porque tengo miedo, porque me asustan las madrugadas en las que no sale el sol, los días vacíos, los sueños que se pudren bajo las alfombras.
Las creo y las repito, como salmodias. Las dejo que acomoden a sus formas la materia maleable de mi mente.
Me adentro en la espesura, machete en mano. Me falta el valor para acuchillar a algunas sombras respondonas. Pienso en los obstáculos, los agrando al abrirles las puertas de mi casa.
Me pongo a escribir con la vaga intención de hallar la brújula. Con el deseo de juntar las letras exactas que accionen los resortes de la magia, y me empujen fuera de esta nube tóxica, sin contemplaciones.
El tiempo, las ocupaciones, la falta de talento, la competencia.
La musa, la ignorancia, la necesidad.
La responsabilidad, el reclamo del rebaño.
La exposición, las críticas. La amargura. La envidia.
Las dificultades. Los años.
El esfuerzo, el esfuerzo, el esfuerzo.
La debilidad, las dudas, las encrucijadas.
Puedo seguir confiando en la lotería.O ponerme a fabricar el boleto, la tinta, el papel. El metal del bombo, las bolas numeradas, el notario, el interventor, las azafatas neumáticas que canten los números con pasión profesional. Etcétera.
domingo, 25 de febrero de 2007
ECOLÓGICOS
Él una vez quiso cortarme una estrella y yo se lo impedí. Piensa en las generaciones venideras, le dije. Yo me conformo con un beso. Es cierto, respondió, si todos nos pusiéramos a empuñar tijeras, hasta con el firmamento acabaríamos. Yo asentí, claro. Y ensayé la caída de ojos de lady Di (qepd). Que era como sacar la falsa modestia a pasear, sin collar, ni bozal, ni microchip que la identificara. Pero te lo agradezco. Él sonrió, marcando hoyuelos. Y vi cómo mis átomos ascendían hasta el cielo, formando una espiral, un tornado, levantando los techos de las casas, los coches aparcados, hasta la tapa de mis sesos.
Pero pasó el tiempo. El se dedicó a lo suyo. Y yo a lo mío. La jardinería cósmica dejó de estar de moda en nuestras tardes. Planté mentiras y crecieron los silencios. Empecé a ver con claridad los rostros de otros hombres. El ya había dejado de mirarme. O puede que fuera solo la progresión natural de su miopía. Mezclada con algo de astigmatismo, siempre usando una cuchara de madera. Una punta de sal. Dos cucharadas soperas de vinagre. Un sobrecito de levadura de aburrimiento. Olvidar la mezcla varios meses, en un recipiente hermético, sobre la mesa de la cocina.
No abrir hasta que reviente la tapadera de plástico. Entonces, tirar a la basura.
Después tuvimos que dejar que pasara el tiempo. Someternos a dieta de palabras, sufrir la hambruna de los besos.
A veces, cuando cae la noche y miro al cielo, me pregunto si de verdad era tan fácil. Si sólo tenía que haberle dejado, y después prenderme el astro en la solapa. Pero enseguida sacudo la cabeza, lo niego con rotundidad.
Tanta luz habría terminado por cegarnos.
Pero pasó el tiempo. El se dedicó a lo suyo. Y yo a lo mío. La jardinería cósmica dejó de estar de moda en nuestras tardes. Planté mentiras y crecieron los silencios. Empecé a ver con claridad los rostros de otros hombres. El ya había dejado de mirarme. O puede que fuera solo la progresión natural de su miopía. Mezclada con algo de astigmatismo, siempre usando una cuchara de madera. Una punta de sal. Dos cucharadas soperas de vinagre. Un sobrecito de levadura de aburrimiento. Olvidar la mezcla varios meses, en un recipiente hermético, sobre la mesa de la cocina.
No abrir hasta que reviente la tapadera de plástico. Entonces, tirar a la basura.
Después tuvimos que dejar que pasara el tiempo. Someternos a dieta de palabras, sufrir la hambruna de los besos.
A veces, cuando cae la noche y miro al cielo, me pregunto si de verdad era tan fácil. Si sólo tenía que haberle dejado, y después prenderme el astro en la solapa. Pero enseguida sacudo la cabeza, lo niego con rotundidad.
Tanta luz habría terminado por cegarnos.
ET VOILÀ
"Dejo sobre la acera mi hatillo de recuerdos,
ecos del ayer, miedos del mañana.
Fotos, enseres, olores, viejos entuertos.
La suerte que no viene, las manos que no buscan.
Dejo sobre la acera mis pasadas ilusiones,
el futuro soñado en mi pasado.
Y un sonido ensordecedor, penetrarte de lleno en mis oídos,
el sonido más estridente y dañino...El sonido del silencio...
Comienzo a andar. Me fundo en el fluído del presente.
Soy lluvia nueva y seré pronto mar,
Soy ascua encendida que pronto volverá a arder.
Soy. Sencillamente. Me abrazo a la cadencia de mis pasos.
Sigo adelante."
Nos ha quedado bonito. ¿Verdad? Muchísimas gracias a todas por participar.
ecos del ayer, miedos del mañana.
Fotos, enseres, olores, viejos entuertos.
La suerte que no viene, las manos que no buscan.
Dejo sobre la acera mis pasadas ilusiones,
el futuro soñado en mi pasado.
Y un sonido ensordecedor, penetrarte de lleno en mis oídos,
el sonido más estridente y dañino...El sonido del silencio...
Comienzo a andar. Me fundo en el fluído del presente.
Soy lluvia nueva y seré pronto mar,
Soy ascua encendida que pronto volverá a arder.
Soy. Sencillamente. Me abrazo a la cadencia de mis pasos.
Sigo adelante."
Nos ha quedado bonito. ¿Verdad? Muchísimas gracias a todas por participar.
viernes, 23 de febrero de 2007
AVANZAMOS..
Muchas gracias por la colaboración. ¿Seguimos un poquillo? A ver si lo terminamos en el fin de semana.
"Dejo sobre la acera mi hatillo de recuerdos,
ecos del ayer, miedos del mañana.
Fotos, enseres, olores, viejos entuertos.
La suerte que no viene, las manos que no buscan.
Dejo sobre la acera mis pasadas ilusiones,
el futuro soñado en mi pasado.
Y un sonido ensordecedor, penetrarte de lleno en mis oídos,
el sonido más estridente y dañino...El sonido del silencio...
Comienzo a andar. Me fundo en el fluido del presente.
"Dejo sobre la acera mi hatillo de recuerdos,
ecos del ayer, miedos del mañana.
Fotos, enseres, olores, viejos entuertos.
La suerte que no viene, las manos que no buscan.
Dejo sobre la acera mis pasadas ilusiones,
el futuro soñado en mi pasado.
Y un sonido ensordecedor, penetrarte de lleno en mis oídos,
el sonido más estridente y dañino...El sonido del silencio...
Comienzo a andar. Me fundo en el fluido del presente.
jueves, 22 de febrero de 2007
POEMA
"Dejo sobre la acera mi hatillo de recuerdos,
ecos del ayer, miedos del mañana.
Fotos, enseres, olores, viejos entuertos.
La suerte que no viene, las manos que no buscan...
Gracias por la colaboración.
Vamos bien, ¿no? Anímaos a seguir.
Que no se diga...
ecos del ayer, miedos del mañana.
Fotos, enseres, olores, viejos entuertos.
La suerte que no viene, las manos que no buscan...
Gracias por la colaboración.
Vamos bien, ¿no? Anímaos a seguir.
Que no se diga...
ERA GLACIAR
Vivimos una nueva era glaciar. Los científicos parecen no haberse dado cuenta. Aunque supongo, que, como yo misma, cada uno de ellos reparará en ello al cruzar el umbral de sus propias casas. Sólo allí podemos encontrar calor. Esa manta de afecto que nos abriga el corazón. Y por desgracia, cada vez hay más hogares sin esta calefacción.
Salgo a la calle y tropiezo con los velos de escarcha que llevamos en las pupilas, que tienen el mágico efecto de hacer que veamos al otro a cientos de kilómetros de distancia, incluso como un ser de otra especie.
Se me hace duro pensar que esas masas grises se pueden fragmentar en personas. Reparar en que damos por bueno que nadie se implique en nuestros problemas si no nos conoce. O aun conociéndonos. Me reconozco a mí misma diciendo “si no es más que un mandao”, para justificar el desinterés, la frialdad, la deshumanización. Para no sentirme herida y sola, y también para encontrar la autorización para hacer yo lo propio llegado el caso.
Procuramos cosas buenas a nuestros hijos, les cuidamos. Sentimos una ternura devoradora mirándolos, viéndoles crecer. Pero somos capaces de ser terribles con los hijos de los demás, de aplastarlos en beneficio de los nuestros.
Bajo nuestros abrigos, nos preocupamos por el clima del planeta, por el calentamiento global. Ojalá emitiéramos sustancias que crearan un efecto invernadero de tolerancia, de implicación, incluso de cariño. Ojalá nos diéramos cuenta de que está sucediendo lo contrario. Una nueva era glaciar, propiciada por la pérdida de la individualidad, por la asimilación de unos des-valores generales que se pierden en la generalización, por la necesidad vital y falsa de que tenemos que pertenecer a un grupo, implicando esta pertenencia, la asunción de unos valores que muchas veces poco tienen que ver con lo humano.
Olvidamos que somos seres sensibles. O, con suerte, reservamos esta sensibilidad para el círculo más próximo. Y luego nos quejamos de la indefensión. De que no se escuchan nuestras voces. Nos quejamos de los que ostentan el poder, pero somos nosotros quien delegamos en ellos.
Me he adentrado en un mar de espesura, amargo, difícil, hasta tópico...
Y luego nos cuesta entender que haya otros motivos. Vemos como inútiles a las personas que toman una opción distinta, caminos que no desembocan en bienes tangibles para la comunidad, personas que renuncian a formar parte activa de esa entelequia llamada sociedad. Los vemos absurdos, juzgamos sus vidas como carentes de sentido.
No quiero engañarme: los cascos polares no se están derritiendo. Nos invaden.
Salgo a la calle y tropiezo con los velos de escarcha que llevamos en las pupilas, que tienen el mágico efecto de hacer que veamos al otro a cientos de kilómetros de distancia, incluso como un ser de otra especie.
Se me hace duro pensar que esas masas grises se pueden fragmentar en personas. Reparar en que damos por bueno que nadie se implique en nuestros problemas si no nos conoce. O aun conociéndonos. Me reconozco a mí misma diciendo “si no es más que un mandao”, para justificar el desinterés, la frialdad, la deshumanización. Para no sentirme herida y sola, y también para encontrar la autorización para hacer yo lo propio llegado el caso.
Procuramos cosas buenas a nuestros hijos, les cuidamos. Sentimos una ternura devoradora mirándolos, viéndoles crecer. Pero somos capaces de ser terribles con los hijos de los demás, de aplastarlos en beneficio de los nuestros.
Bajo nuestros abrigos, nos preocupamos por el clima del planeta, por el calentamiento global. Ojalá emitiéramos sustancias que crearan un efecto invernadero de tolerancia, de implicación, incluso de cariño. Ojalá nos diéramos cuenta de que está sucediendo lo contrario. Una nueva era glaciar, propiciada por la pérdida de la individualidad, por la asimilación de unos des-valores generales que se pierden en la generalización, por la necesidad vital y falsa de que tenemos que pertenecer a un grupo, implicando esta pertenencia, la asunción de unos valores que muchas veces poco tienen que ver con lo humano.
Olvidamos que somos seres sensibles. O, con suerte, reservamos esta sensibilidad para el círculo más próximo. Y luego nos quejamos de la indefensión. De que no se escuchan nuestras voces. Nos quejamos de los que ostentan el poder, pero somos nosotros quien delegamos en ellos.
Me he adentrado en un mar de espesura, amargo, difícil, hasta tópico...
Y luego nos cuesta entender que haya otros motivos. Vemos como inútiles a las personas que toman una opción distinta, caminos que no desembocan en bienes tangibles para la comunidad, personas que renuncian a formar parte activa de esa entelequia llamada sociedad. Los vemos absurdos, juzgamos sus vidas como carentes de sentido.
No quiero engañarme: los cascos polares no se están derritiendo. Nos invaden.
miércoles, 21 de febrero de 2007
SEGUNDO CADÁVER
Esta vez propongo un cadáver poético. Uséase, hacer un poema entre todos.
Sólo un verso por vez. Es sencillo. Si os da corte, firmad como anónimo.
A ver si en un par de días cerramos el chiringuito con un poema más en nuestro haber.
Os recomiendo que leáis los comentarios para ver donde se quedó el último.
Vamos, vamos: anímaos.
Desempolvad vuestras almas de poeta...
Podría empezar así:
“Dejo sobre la acera mi hatillo de recuerdos,
Sólo un verso por vez. Es sencillo. Si os da corte, firmad como anónimo.
A ver si en un par de días cerramos el chiringuito con un poema más en nuestro haber.
Os recomiendo que leáis los comentarios para ver donde se quedó el último.
Vamos, vamos: anímaos.
Desempolvad vuestras almas de poeta...
Podría empezar así:
“Dejo sobre la acera mi hatillo de recuerdos,
martes, 20 de febrero de 2007
DETRÁS DE TODO
Qué pasaría si hiciéramos acopio de valor y nos desprendiéramos de tantas capas que, más que protegernos, nos hieren.
Si fuéramos capaces de deshojar la margarita y quedarnos solo con el centro.
Si dejáramos a un lado los recuerdos, los rencores por lo que en el pasado nos parecieron agravios. Nuestras posesiones materiales. Los sueños de grandeza. El orgullo, las ganas de aparentar solo para distinguirnos de los demás.
Si olvidáramos nuestro afán de trepadoras y dejáramos de ver como una necesidad el elevarnos por encima de ese horizonte que nosotros mismos nos pintamos.
Si cegáramos con fuego ese ojo único con el que miramos, implacables, al mundo, quitándole su tercera dimensión.
Si deshilacháramos poco a poco los lazos que nos atan a las expectativas que tienen de nosotros los que nos rodean. A las que nos obligamos sin más criterio que ése, en la creencia de que son necesidades propias, verdaderas. Si nos cuestionáramos si somos lo que nos han hecho creer que somos.
Si nos desprendiéramos del deseo de ser lo que no podemos ser.
Si rompiéramos todos los espejos, los relojes.
Y si raspáramos, sin piedad mas con delicadeza, todas las piezas de nuestros engranajes hasta desprender la pátina del miedo.
Si fuéramos capaces de quedarnos desnudos, sin más armas de nuestra conciencia y nuestra inteligencia.
Puede que detrás de todo, al fondo, encontráramos la verdadera grandeza. Lo que merece la pena. Puede que entonces fuéramos capaces de cuestionarnos la existencia de las estaciones, incluso del sol que cuelga de ese falso techo que hemos imaginado inabarcable. Tal vez pudiéramos desinstalar de nuestro disco duro la duda razonable que han ido grabando desde nuestro nacimiento. Y que creyéramos que, en realidad, no somos nadie y que no tenemos de qué defendernos; y que, por lo tanto, formamos parte de todo lo que es.
lunes, 19 de febrero de 2007
HUMOR DE LUNES
Dicen que el humor, un humor vivo y generoso, no es sino un rasgo característico de la libertad. La libertad de la mente frente a la esclavitud de la “realidad”. La libertad de ese ser auténtico que somos y que late debajo de tanta impostura, de tanta pose propiciada por ése que pretendemos ser ante los demás e, incluso, ante nosotros mismos.
Imagino que la peor vida sedentaria es la que nos impone la falsa seriedad. Se paralizan nuestros músculos, y es que, cuando reímos de verdad, lo hacemos con todo el cuerpo.
Y por falsa seriedad entiendo esos momentos en que nos damos demasiada importancia, en que nuestro ego pretende demostrar nuestra valía a través de un rictus grave o de palabras sentenciosas.
Caeré en el tópico de recordar que la mejor terapia es reírse de uno mismo. Caeré porque siento la necesidad de recordarlo también. Sobre todo hoy, lunes. Hoy, que se abre ante mi una nueva semana llena de posibilidades, que transcurrirá tan rápido como las que ya pasaron. Supongo que el próximo domingo volveré a hacer balance de cuentas y comprobaré que, en mi haber, solo hay una mínima parte de todos los logros que había proyectado. Y espero que, como hice ayer, vuelva a ser capaz de reírme de mi ingenuidad.Quería terminar contando un chiste, pero no me viene a la cabeza ninguno. Me miraré un rato al espejo, a ver si se me ocurre algo. Entretanto, feliz lunes a todos. Espero que la rutina no adormezca vuestros sueños.
Imagino que la peor vida sedentaria es la que nos impone la falsa seriedad. Se paralizan nuestros músculos, y es que, cuando reímos de verdad, lo hacemos con todo el cuerpo.
Y por falsa seriedad entiendo esos momentos en que nos damos demasiada importancia, en que nuestro ego pretende demostrar nuestra valía a través de un rictus grave o de palabras sentenciosas.
Caeré en el tópico de recordar que la mejor terapia es reírse de uno mismo. Caeré porque siento la necesidad de recordarlo también. Sobre todo hoy, lunes. Hoy, que se abre ante mi una nueva semana llena de posibilidades, que transcurrirá tan rápido como las que ya pasaron. Supongo que el próximo domingo volveré a hacer balance de cuentas y comprobaré que, en mi haber, solo hay una mínima parte de todos los logros que había proyectado. Y espero que, como hice ayer, vuelva a ser capaz de reírme de mi ingenuidad.Quería terminar contando un chiste, pero no me viene a la cabeza ninguno. Me miraré un rato al espejo, a ver si se me ocurre algo. Entretanto, feliz lunes a todos. Espero que la rutina no adormezca vuestros sueños.
sábado, 17 de febrero de 2007
RUIDO
“Cuando como, como. Cuando duermo, duermo.” Proverbio zen.
Vivo en una calle del centro, donde nunca cesa el tráfago de coches y de gente. Gente que, cuando está dentro de estos coches, pisa el acelerador y aprieta el claxon como reflejo natural ante cualquier estímulo. Gente que, cuando pasea, tiene que emplear el grito como vía de expresión. Una calle cuya acera abren casi cada mes para instalar quién sabe qué tuberías. La preferida de ciertos músicos ambulantes y pertinaces. Por ella tienen el paso obligado las motos de los repartidores de pizza, que han construido su enjambre justo debajo de la ventana donde me siento a escribir esto.
También tengo obras en el quinto. A las ocho de la mañana, con puntualidad británica, comienzan los golpes en las paredes. Digo yo que tiene que ser cansado, pero que también se debe quemar mucha adrenalina tirando las paredes abajo; incluso debe ser una experiencia catártica, si se tratara de las paredes de la propia casa. Y revolucionaria, porque es la pared de otro.
Además, hay un motor fantasma que rumia día y noche, trastornando mi sueño. Por más que investigo, que pego el oído a la pared, no consigo saber de dónde viene, qué mano lo enciende. Sólo sé que lo oigo aunque no quiera, y que, cuando me meto en la cama, debo esforzarme por no escuchar, más que por dormir.
Dicho esto, tiene poco sentido añadir el gusto de mi vecino por Julio Iglesias, los tacones de la nerviosa mujer que vive justo encima, o los lances amorosos –con nocturnidad y, supongo, gran alevosía – de la pareja con la que comparto muro doble.
A pesar de todo, peor es el ruido de dentro. El fluir continuo, incesante, como una cascada, de todo tipo de pensamientos. Ése sí que paraliza, ése sí que esconde, sí que termina por inmovilizar, por aplacar la ilusión con consideraciones que no sé quién parece dictarme a la oreja. Se suceden uno tras otro sin piedad. No suelen ponerse de acuerdo con mis manos: friego los cacharros y, sin querer, he repasado la biografía de mis temores de los últimos años. Escucho música, y de repente tengo hecha la agenda de la semana. Suelen tener una influencia perniciosa sobre mis pies: basta que me siente ante el ordenador para verme, en un momento, pasando el plumero, o arrojándome a la calle, en un vano intento de terminar con mi sedentarismo. Todo ello para impedirme estar presente en los actos de mi propia vida.
Entonces, sin poder evitarlo, empiezo a hacerme preguntas: ¿Quién dicta mis pensamientos? ¿Quién soy yo, en realidad? ¿quién está detrás de esta disociación? Si centro mi atención un instante y me asomo a la ventana del patio interior, puedo verlos pasar, seguir su trayectoria. Entonces, si yo puedo observarlos, ¿quién los piensa? ¿quién los envía, sólo para producir confusión, como cortinas de humo que pretendan ocultarme a mí misma de mí misma?
¿Alguien sabe qué tapones podemos utilizar para aislarnos de este ruido?
Vivo en una calle del centro, donde nunca cesa el tráfago de coches y de gente. Gente que, cuando está dentro de estos coches, pisa el acelerador y aprieta el claxon como reflejo natural ante cualquier estímulo. Gente que, cuando pasea, tiene que emplear el grito como vía de expresión. Una calle cuya acera abren casi cada mes para instalar quién sabe qué tuberías. La preferida de ciertos músicos ambulantes y pertinaces. Por ella tienen el paso obligado las motos de los repartidores de pizza, que han construido su enjambre justo debajo de la ventana donde me siento a escribir esto.
También tengo obras en el quinto. A las ocho de la mañana, con puntualidad británica, comienzan los golpes en las paredes. Digo yo que tiene que ser cansado, pero que también se debe quemar mucha adrenalina tirando las paredes abajo; incluso debe ser una experiencia catártica, si se tratara de las paredes de la propia casa. Y revolucionaria, porque es la pared de otro.
Además, hay un motor fantasma que rumia día y noche, trastornando mi sueño. Por más que investigo, que pego el oído a la pared, no consigo saber de dónde viene, qué mano lo enciende. Sólo sé que lo oigo aunque no quiera, y que, cuando me meto en la cama, debo esforzarme por no escuchar, más que por dormir.
Dicho esto, tiene poco sentido añadir el gusto de mi vecino por Julio Iglesias, los tacones de la nerviosa mujer que vive justo encima, o los lances amorosos –con nocturnidad y, supongo, gran alevosía – de la pareja con la que comparto muro doble.
A pesar de todo, peor es el ruido de dentro. El fluir continuo, incesante, como una cascada, de todo tipo de pensamientos. Ése sí que paraliza, ése sí que esconde, sí que termina por inmovilizar, por aplacar la ilusión con consideraciones que no sé quién parece dictarme a la oreja. Se suceden uno tras otro sin piedad. No suelen ponerse de acuerdo con mis manos: friego los cacharros y, sin querer, he repasado la biografía de mis temores de los últimos años. Escucho música, y de repente tengo hecha la agenda de la semana. Suelen tener una influencia perniciosa sobre mis pies: basta que me siente ante el ordenador para verme, en un momento, pasando el plumero, o arrojándome a la calle, en un vano intento de terminar con mi sedentarismo. Todo ello para impedirme estar presente en los actos de mi propia vida.
Entonces, sin poder evitarlo, empiezo a hacerme preguntas: ¿Quién dicta mis pensamientos? ¿Quién soy yo, en realidad? ¿quién está detrás de esta disociación? Si centro mi atención un instante y me asomo a la ventana del patio interior, puedo verlos pasar, seguir su trayectoria. Entonces, si yo puedo observarlos, ¿quién los piensa? ¿quién los envía, sólo para producir confusión, como cortinas de humo que pretendan ocultarme a mí misma de mí misma?
¿Alguien sabe qué tapones podemos utilizar para aislarnos de este ruido?
viernes, 16 de febrero de 2007
TIEMPO
"No marcaré más que la hora de los días bellos" Traducción libérrima, con perdón.
Y no sólo el atmosférico.
Ya que el pasado se esfumó y el futuro no es más que una entelequia.
Ya que cabe bien poco en el hueco de las manos.
Ya que aseguran los expertos que la felicidad no es sino una sucesión de pequeños buenos momentos, y no un estado que podamos conquistar a fuerza de golpes militares.
Ya que incluso las hormonas tienen mucho que decir al respecto...
Al menos, pasemos un buen fin de semana.
Disfrutad del tiempo.
miércoles, 14 de febrero de 2007
MANIDA PALABRA
¿Qué decir sobre el amor que no haya sido dicho ya?
En este día, tan instalado en lugares comunes, plagado de tópicos cardiacos, confío en que aún existan legiones de enamorados que puedan demostrar que su amor no es, tan solo, directamente proporcional a su poder adquisitivo.
Veo con sorpresa, casi con estupor, el catálogo abrumador de regalos que ofrecen en los comercios para celebrarlo. Es un esfuerzo de variedad que no hace sino reafirmarme en la idea de que la originalidad está sobrevalorada. ¿Quién rechazaría un "te quiero" dicho desde el alma? ¿Es acaso éste un mensaje "original"?
No quiero ponerme espesa. Sólo añadiré que creo que el mejor regalo que se puede hacer, cuando se ama, es la libertad. Un regalo que sólo puede ser sincero cuando es verdadero amor lo que se siente, y no sólo apego, o cualquiera de las máscaras que éste adopta (miedo a la soledad, afán de posesión, simple conveniencia, aburrimiento...)
Aquel que se ata a una alegría
la alada vida destruye;
aquel que besa la alegría según vuela,
vive en la aurora de la eternidad.
William Blake
En este día, tan instalado en lugares comunes, plagado de tópicos cardiacos, confío en que aún existan legiones de enamorados que puedan demostrar que su amor no es, tan solo, directamente proporcional a su poder adquisitivo.
Veo con sorpresa, casi con estupor, el catálogo abrumador de regalos que ofrecen en los comercios para celebrarlo. Es un esfuerzo de variedad que no hace sino reafirmarme en la idea de que la originalidad está sobrevalorada. ¿Quién rechazaría un "te quiero" dicho desde el alma? ¿Es acaso éste un mensaje "original"?
No quiero ponerme espesa. Sólo añadiré que creo que el mejor regalo que se puede hacer, cuando se ama, es la libertad. Un regalo que sólo puede ser sincero cuando es verdadero amor lo que se siente, y no sólo apego, o cualquiera de las máscaras que éste adopta (miedo a la soledad, afán de posesión, simple conveniencia, aburrimiento...)
Aquel que se ata a una alegría
la alada vida destruye;
aquel que besa la alegría según vuela,
vive en la aurora de la eternidad.
William Blake
martes, 13 de febrero de 2007
INSOMNIO CON PALABRAS
De noche las palabras
caminan en puntillas,
andan discretas entre los objetos,
temerosas del ruido se descalzan.
Sobre mis hombros insomnes aletean.
El poema me saca de la cama.
Tanto silencio en la casa dormida.
El ruido de mis manos me ensordece.
Toco las letras. Acaricio el teclado
para que diga callado sus urgencias.
No sale nada. Es el silencio que habla.
Y las sombras afuera,
golpeando en la ventana.
GIOCONDA BELLI. APOGEO
caminan en puntillas,
andan discretas entre los objetos,
temerosas del ruido se descalzan.
Sobre mis hombros insomnes aletean.
El poema me saca de la cama.
Tanto silencio en la casa dormida.
El ruido de mis manos me ensordece.
Toco las letras. Acaricio el teclado
para que diga callado sus urgencias.
No sale nada. Es el silencio que habla.
Y las sombras afuera,
golpeando en la ventana.
GIOCONDA BELLI. APOGEO
lunes, 12 de febrero de 2007
VASOS DE AGUA SALADA
Ganar más dinero. Que me toquen los euromillones. Tener una casa más grande, más céntrica, con una terraza, a ser posible y aire acondicionado en todas las habitaciones. Comprar el último modelo de coche, el que más corra, el que parezca más seguro. Adelgazar diez kilos para caber en una talla 38 y poder llevar faldas cortas, pantalones ajustados, camisetas que enseñen un ombligo perfecto en un vientre plano. Y que así guste a los hombres, que me digan piropos, que me consideren guapa, que quieran estar conmigo a toda costa, que me lleven al altar. Vestida de blanco, con traje de diseño. Con una anillo de oro blanco y brillantes que enseñar a las amigas, para mirarlo con deleite. Tener pareja para mitigar la soledad de las tardes de domingo, para planear las vacaciones: viajes largos y placenteros, en los que hacer millones de fotos para luego atormentar a algún incauto. Leer cientos de libros, tomar notas, querer comprarlos todos, hasta que revienten incluso los anaqueles de la memoria. Para luego poder hablar, pavonearse, abrir un blog y volcar toda la rabia, la melancolía, los sueños que jamás se cumplirán y aquellos que puede que se cumplan, tener algo de que hablar en la peluquería. Pasar las noches frente al televisor, admirando, envidiando, con la mente estancada en las falsas miserias de los otros. Cansada de todo y por nada, si acaso por haber recorrido los grandes almacenes de punta a cabo, de haber deseado tener otros pendientes, o esa crema tan cara que promete llevarme de vuelta a los veinte años, del maquillaje de nueva generación que esconde todas las imperfecciones y adopta el color de la propia piel, de no tener dinero suficiente para comprar todas esas películas, los discos, las plumas mont blanc que prometen escribir solas...Vasos de agua salada que no calmarán mi sed de certezas.
domingo, 11 de febrero de 2007
ENTRE LA BRUMA
Hoy me he levantado en medio de la bruma. Como si mi propia atmósfera se hubiera desplomado a mi alrededor. Me ha costado abrir los ojos, pues cada vez que los abría, no veía sino los contornos indefinidos de mi propia vida. Los muebles desdibujados, el espejo empañado de dudas, el aire empeñado en recordarme las cosas que no soy y siempre quise ser.
Y me viene a la cabeza una frase de Coelho: “Cuántas cosas perdemos por miedo a perder”
Y se me ocurre que, si dedicáramos a “hacer” tanta energía como invertimos en racionalizar la decisión de no hacer, ya estaríamos tocando nuestros sueños con la punta de los dedos.
Tiene que existir alguna fórmula que desentrañe los subterfugios del miedo. Esa serpiente que se cuela por debajo de la puerta disfrazada de mil maneras: de falta de tiempo, de pereza, de indecisión, de mil actividades huecas, de conveniencias, de realismo maniqueo...Alguien afirmó que ya sabemos todo lo que necesitamos saber, que solo nos hace falta recordarlo. Animada por esto, me pongo a revisar mi disco duro. En alguna parte tiene que estar la solución al acertijo. Os avisaré si la encuentro.
sábado, 10 de febrero de 2007
MUÑECAS RUSAS
Me gusta hablar. Mucho. Quizá demasiado. Cualquiera de mis amigos podéis dar fe de ello. Pero, aunque no lo parezca, me gusta más aún escuchar. Que me cuenten mil historias.
Cuando era pequeña me entusiasmaban las muñecas rusas. Me parecía maravilloso que siempre pareciera haber otra más pequeña, que diera la sensación que nunca ibas a terminar de sorprenderte; que el proceso se pudiera alargar hasta el infinito y todavía quedara una diminuta muñeca escondida en el interior.
Con las personas me pasa lo mismo. Me dan la impresión de ser grandes y compactas. Pero luego se abren, y dentro guardan una historia. Algo que, si lo despliegas, te muestra otra realidad más escondida, que, a su vez, te conduce a algo más esencial todavía, más recóndito, si cabe.
Cobijamos mil sorpresas en nuestro interior. Incluso uno mismo, si nos da por jugar, por entretenernos, por hacer espeleología interior, nos llevamos la sorpresa de que, más adentro, guardábamos otra pequeña muñeca, otra batería de emociones, de situaciones. Pizcas de sabiduría. A veces, miserias. Pero siempre detalles que nos humanizan y, por tanto, nos hacen más “amables”.
Ese es el reto. O así se me presenta. La ilusión de ir quitando capas, de ir descubriendo nuevos territorios. En los seres queridos. En uno mismo. La alegría cotidiana de comprobar que, si nos aventuramos a dar un paso más en el conocimiento del otro, encontraremos una pequeña muñeca de madera pintada. Una muñequita que bien podría ser tomada por la gemela de la que, con celo, guardamos cada uno en lo más hondo.
martes, 6 de febrero de 2007
DIETA
Mañana empiezo, le dije a la chica del anuncio. Ella me sonrió y se giró, obligándome a andar, para mostrarme su trasero del otro lado del panel. Divino photoshop: -recé- ¿Qué podrías hacer tú por mÍ? Tú, que conseguirías que mi príncipe azul fuera verde ¿Harías desaparecer, en algún archivo ignoto, el flotador que esconde mi cintura? ¿Y los kilos que lastran mi alma de junco? Querido photoshop: que se me pase el hambre. ¿Podrías tú atraparme un duende? Mira que serías feliz, aunque no nos tocara...
Continué parada frente a la marquesina, observándola, hasta que vino el autobús. Antes de subirme, miré a mi nueva amiga y reafirmé mi promesa en voz baja. Mañana, ¿eh?, le dije. Y ella volvió a sonreírme. Vaya, hay que fastidiarse, que además es simpática. Con el morro torcido me senté en el primer asiento. Qué suerte, uno de los grandes. Así podría ir de verdad a gusto. Fui todo el trayecto buscando su imagen en otras paradas. Pero ella no estaba, me esperaba en la mía. Me alegró su fidelidad. Pensé en lo orgullosa de mí que se sentiría cuando volviera el próximo verano y me viera después de la dieta. Entonces ya no tendría razones para rezar al photoshop, no le necesitaría.
No había casi tráfico. El conductor parecía creer que manejaba una montaña rusa. Cuando llegué a mi calle, miré el reloj y vi con sorpresa que aún no eran las ocho. Qué suerte otra vez. La pastelería seguiría abierta.
lunes, 5 de febrero de 2007
TALENTO
(Mateo 25, 14-30)
Amparada por una de mis máximas fundamentales, que uno repite más lo que más necesidad tiene de aprender, me atrevo a abordar este tema. Y lo hilo con el otro post con el que os castigué hace días (Ingenuidad).
Creo con firmeza que todos tenemos un don. Podemos acusar a Dios, al universo o a la lotería genética, pero no creo que haya nadie sobre la faz de la tierra, que, en la medida de sus posibilidades, no tenga nada que aportar.
Y es nuestra responsabilidad poner el esfuerzo y el trabajo necesario para desarrollarlo en su máxima expresión. Una responsabilidad que no puede ser concebida como un yugo, sino como una liberación, como algo que dota de sentido a nuestros días. Un motor que, quizá, sería la mejor terapia para la desgana y la desilusión imperantes.
Con humildad, con la sencilla intención de dar lo mejor que llevamos dentro, estamos obligados a brillar. Debería ser algo que nos mostraran desde pequeños. Que no hace falta ser más que nadie, ni destacar por encima del resto. Que solo tenemos que esforzarnos por ser los mejores “yo” que podamos ser.
Por suerte, somos tantos ya, que tampoco tenemos que aspirar a ser originales. Basta con aportar nuestra particular visión de todo, porque lo más original, lo único distinto y genuino que podemos sacar fuera, somos nosotros mismos. Cada pequeña pieza del puzzle tiene su función.
Me pongo, pues, a cavar. Para desenterrar esos talentos que me fueron dados y que, por miedo a perderlos o a fracasar, he condenado bajo capas y capas de temores. Y os animo a todos a hacerlo. (Y de paso, a dejarme algún comentario...)
Una buena forma de empezar la semana, ¿no?. Buen lunes a todos.
Amparada por una de mis máximas fundamentales, que uno repite más lo que más necesidad tiene de aprender, me atrevo a abordar este tema. Y lo hilo con el otro post con el que os castigué hace días (Ingenuidad).
Creo con firmeza que todos tenemos un don. Podemos acusar a Dios, al universo o a la lotería genética, pero no creo que haya nadie sobre la faz de la tierra, que, en la medida de sus posibilidades, no tenga nada que aportar.
Y es nuestra responsabilidad poner el esfuerzo y el trabajo necesario para desarrollarlo en su máxima expresión. Una responsabilidad que no puede ser concebida como un yugo, sino como una liberación, como algo que dota de sentido a nuestros días. Un motor que, quizá, sería la mejor terapia para la desgana y la desilusión imperantes.
Con humildad, con la sencilla intención de dar lo mejor que llevamos dentro, estamos obligados a brillar. Debería ser algo que nos mostraran desde pequeños. Que no hace falta ser más que nadie, ni destacar por encima del resto. Que solo tenemos que esforzarnos por ser los mejores “yo” que podamos ser.
Por suerte, somos tantos ya, que tampoco tenemos que aspirar a ser originales. Basta con aportar nuestra particular visión de todo, porque lo más original, lo único distinto y genuino que podemos sacar fuera, somos nosotros mismos. Cada pequeña pieza del puzzle tiene su función.
Me pongo, pues, a cavar. Para desenterrar esos talentos que me fueron dados y que, por miedo a perderlos o a fracasar, he condenado bajo capas y capas de temores. Y os animo a todos a hacerlo. (Y de paso, a dejarme algún comentario...)
Una buena forma de empezar la semana, ¿no?. Buen lunes a todos.
jueves, 1 de febrero de 2007
EL TIO JACK (Flechazo)
No puedo evitarlo, me sobrecoge Internet. Es como la vida misma, pero a través de un teclado y una pantalla que empieza a recordarme a la caverna de Platón.
En este contexto, podemos convertirnos en quien queramos. El anonimato camufla nuestra ilusión y nadie se puede atrever a arrojar la primera piedra y acusarnos de farsantes.
Todo esto viene a que, en mi corta andadura como internauta, he hecho un descubrimiento que no sé si llamar amor.
Como no soy de naturaleza egoísta os pongo el enlace: http://jackeldestripablogs.blogspot.com.
Estoy encantada. Siento esas mariposas en el estómago cuando entro en él; tengo incluso la tentación de arrojarme a su cadalso mandándole la dirección de mi pobre blog.
Presuntuoso, egocéntrico, narcisista, moralizador y normativo en el fondo, para mí ha supuesto una auténtica señal de que el planeta está habitado. Una nueva pieza del puzzle que hace que el crisol de internet sea un poquito más perfecto y, a la vez, más imperfecto: la viva estampa de nosotros mismos. Nuestras sombras bailando en la pantalla del ordenador.
Quizá solo esconda a un ser poco, o nada, creativo que, para darse bombo, tiene que dar leña a los demás. Quizá sea lo que dice ser, un justiciero de la blogosfera, que se ha hartado de ver tanta tontería, tanto sectarismo encubierto, tanta exhibición de egos, tanta demagogia, etc y los combate con su peculiar esgrima.
O quizá tenga un trasfondo de masoquismo, pues colecciona los insultos que le envían los agraviados (os animo a leer el “post” a propósito de estos insultos: sublime. Incluso he llegado a pensar que se los inventa...)
De lo que estoy segura es de que me he enamorado. No sé si por su manejo del lenguaje, por su paternalismo de fondo, o por qué...¿Desde cuando el amor atiende a razones?
Por favor, si alguno sabéis quién es, decidle que existo.
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