“Cuando como, como. Cuando duermo, duermo.” Proverbio zen.
Vivo en una calle del centro, donde nunca cesa el tráfago de coches y de gente. Gente que, cuando está dentro de estos coches, pisa el acelerador y aprieta el claxon como reflejo natural ante cualquier estímulo. Gente que, cuando pasea, tiene que emplear el grito como vía de expresión. Una calle cuya acera abren casi cada mes para instalar quién sabe qué tuberías. La preferida de ciertos músicos ambulantes y pertinaces. Por ella tienen el paso obligado las motos de los repartidores de pizza, que han construido su enjambre justo debajo de la ventana donde me siento a escribir esto.
También tengo obras en el quinto. A las ocho de la mañana, con puntualidad británica, comienzan los golpes en las paredes. Digo yo que tiene que ser cansado, pero que también se debe quemar mucha adrenalina tirando las paredes abajo; incluso debe ser una experiencia catártica, si se tratara de las paredes de la propia casa. Y revolucionaria, porque es la pared de otro.
Además, hay un motor fantasma que rumia día y noche, trastornando mi sueño. Por más que investigo, que pego el oído a la pared, no consigo saber de dónde viene, qué mano lo enciende. Sólo sé que lo oigo aunque no quiera, y que, cuando me meto en la cama, debo esforzarme por no escuchar, más que por dormir.
Dicho esto, tiene poco sentido añadir el gusto de mi vecino por Julio Iglesias, los tacones de la nerviosa mujer que vive justo encima, o los lances amorosos –con nocturnidad y, supongo, gran alevosía – de la pareja con la que comparto muro doble.
A pesar de todo, peor es el ruido de dentro. El fluir continuo, incesante, como una cascada, de todo tipo de pensamientos. Ése sí que paraliza, ése sí que esconde, sí que termina por inmovilizar, por aplacar la ilusión con consideraciones que no sé quién parece dictarme a la oreja. Se suceden uno tras otro sin piedad. No suelen ponerse de acuerdo con mis manos: friego los cacharros y, sin querer, he repasado la biografía de mis temores de los últimos años. Escucho música, y de repente tengo hecha la agenda de la semana. Suelen tener una influencia perniciosa sobre mis pies: basta que me siente ante el ordenador para verme, en un momento, pasando el plumero, o arrojándome a la calle, en un vano intento de terminar con mi sedentarismo. Todo ello para impedirme estar presente en los actos de mi propia vida.
Entonces, sin poder evitarlo, empiezo a hacerme preguntas: ¿Quién dicta mis pensamientos? ¿Quién soy yo, en realidad? ¿quién está detrás de esta disociación? Si centro mi atención un instante y me asomo a la ventana del patio interior, puedo verlos pasar, seguir su trayectoria. Entonces, si yo puedo observarlos, ¿quién los piensa? ¿quién los envía, sólo para producir confusión, como cortinas de humo que pretendan ocultarme a mí misma de mí misma?
¿Alguien sabe qué tapones podemos utilizar para aislarnos de este ruido?
6 comentarios:
¡Ole, ole, peassso reflexión! ¿Qué te voy a decir yo de esto que no me hayas oído ya? Lo único que se me ha ocurrido según leía, porque de hablar de ruidos y vecinos tocapelotas estoy más que saturada, es que quizá puedas camelarte a los obreros del 5º para que te dejen subir a tirar alguna pared y así utilizar la molestia a tu favor, desahogándote y quemando un poco de esa adrenalina de la que hablas. Y por cierto, por tu experiencia, estarás de acuerdo conmigo en que los españoles tenemos fama de tardones, muchas veces inmerecida. Porque ya te digo yo, aunque no los conozco, que obreros británicos no son. Y si tampoco son españoles, seguro que se han tenido que adaptar a las formas del país en que trabajan.
Del otro ruido, ¡qué decir...! Estamos en lo mismo; el pan nuestro de cada día. Y eso que yo (aunque bien sabes tú, no te puedo engañar, sólo lo he controlado un poquito) intento centrarme en lo que hago en cada momento para no adelantarme, para conseguir vivir el momento presente. Sólo lo consigo a veces, y poco rato, pero cuando lo hago... ¡qué maravilla! ¡Hasta fregar las sartenes es una experiencia estimulante! Cuando no lo consigo (muchas veces aún) parece que mi lavadora mental se ha quedado atascada en el momento del centrifugado. ¡No podría ser otro, claro! Pero lo que sí tengo claro, por suerte o por desgracia, es que no hay nadie más que dicte mis pensamientos, pueda observarlos yo misma o no. Así que he descubierto que, ¡a mi edad!, tengo que volver a la escuela. Debo aprender a no ser mi propia vecina con Julio Iglesias a toda pastilla, ni la repartidora de TelePizza con la moto sin frenos. Lo bueno es que para mí, enamorada de la enseñanza desde todas sus perspectivas, nunca es tarde para aprender. De hecho, estoy convencida de que nunca deberíamos dejar de hacerlo. Así que ya sabes, amiga mía, a practicar un poco más por el camino de la meditación, el control de la mente y las enseñanzas de unidad universal. Empiezo a ser una experta en tapones (Ya lo sabes. Tengo al menos de 4 clases diferentes en mi casa), pero los necesarios para el ruido interior son a medida, según la mente y el alma de cada uno, según lo afilado que sea el tacón con el que uno pisa su propia autoestima, según la fuerza con que cada uno golpee la pared de sus convicciones y anhelos, según lo profundo que cada uno excave en las aceras de su espíritu...
Pero ¡los encontraremos! y si no, ¡nos los fabricaremos a nosotras mismas! Ahh, respecto a tus sonoros y emocionados vecinos al otro lado del muro, no los desaproveches. Usa su banda sonora como motivación para tus sueños, seguro que te producen imágenes más agradables y placenteras que los músicos de la calle. Que, a veces, dejar que la mente fluya por sí sola también merece la pena. Y si no fluye otra cosa, pues menos sábanas y pensamientos hay que meter al día siguiente en la lavadora de casa y en la mental.
Besos
Del ruido qué decir que no hayas descrito tú! Nos quedamos con la canción de Sabina, vale? De los pensamientos, actitud expectante. Soy una mujer en construcción.
No puedo evitar comentar el comentario de Palo. ¿Para cuándo tu espacio? Tu musa lo está pidiendo a gritos!!!!
Besos fuertes para las dos
Graciñas a las dos...
Pos sí, ya estoy en ello. En lo de la meditación, centrar la atención, etc, etc. Y sí, coincido contigo, Palo, en que cuando se hacen las cosas con los cinco sentidos, hasta el acto más cotidiano se convierte en algo especial.
Espero que el pequeño saltamontes no necesite esos tapones...
Besos y gracias otra vez
Es que lo que no se haga con los cinco sentidos, ¿merece la pena?...
a mí el ruido me sirve para lo cotidiano; y me sirve porque siempre le echo la culpa de todo...
después está lo bonito y especial; y eso siempre lo encuentro en el silencio, aunque he de reconocer, que hay ciertos ruidos que todavía son más bonitos que el silencio, pero esa es otra historia, porque esos son MIS ruidos...
me ha gustado tu post Leo, gracias y 1 saludo!!!...
yo soy otra ruidosa mental...aunque a veces ni me oigo, porque hay demasiado ruido de fuera alrededor,así que todavía teneis que dar gracias que pese al ruido de fuera, podéis escuchar el de dentro, que cuando ni te oyes a ti mismo, la cosa ya empieza a ser un caos.
Bueno, por lo demás, bien :)))
Digo lo mismo que Ara, Paloma... lánzate mujé! Lo unico que entre tanto blog de amigo no vamos a tener tiempo de contestar a todos!!!
Bego
Pues sí, a veces es bueno que haya niños: echarle la culpa al ruido se convierte en otra estrategia...A fin de cuentas, somos humanos.
Y el primer paso, muy importante, es reconocer la existencia de ese ruido interno, saber detenerse a escucharlo, hacerse consciente. Ciertos maestros afirman que, solo con ésto, ya empezamos a encontrarnos a nosotros mismos.Luego, con técnica y paciencia, dicen que se puede lograr detener ese trasiego.
Muchas gracias por participar, de verdad, Bego, Wilde y todos los demás, claro.
Besos para todos
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