viernes, 12 de octubre de 2012

TALLOS


Algo dentro se despereza poco a poco. Una planta trepadora que alumbra flores con olor a madreselva al final del día. Al mismo tiempo que asciende el frágil tallo, trepa también el tallo paralelo del miedo, sutil e informe, parásito, oportunista y necesario. Cuánto adjetivo. Y se me ha olvidado un oxímoron: diligente pereza, la que exhibe el miedo, antifaz para el maldito ego, cuando llega el momento de sostener miradas, de echar a andar.
Sin saber bien por qué comprendo de un golpe, un coup de coeur, la sincronía. Todos los sinsabores y las esperanzas, los besos no dados, los besos eternos ya en la memoria, las tardes de soledad, el instante de la epifanía, enamorarse, dejar de ser querido, todo al mismo tiempo, en una sola nota. Sí, es posible.
Luego viene la ironía y lo desmonta. La distancia. Lope, (desmayarse, atreverse, estar furioso...). Llegará la noche y se abrirán tal vez las flores y el aroma. Pero ahora trepa el mediodía y con la luz nublada del otoño se hace fuerte el otro tallo. Tópica, en fin, peliculera, olvidando el provecho, amando el daño, pienso en lo que crece como en una bomba. El cable rojo, el negro y las tijeras. ...O dejarse hacer, dejarse ir, comprobar de nuevo las medidas, si es verdad que el cielo en un infierno cabe.

viernes, 5 de octubre de 2012

DESIGNIOS INESCRUTABLES


Anoche un ciempiés del tamaño de la uña del meñique desfiló marcial delante de mis narices, por el suelo de mi apartamento. Yo no sirvo para matar bichos, así que cogí a toda prisa una hoja de papel para obligarle a subir y echarlo a la jardinera, fuera, en la ventana. 
Me cayó gordo el bicho, que no paraba quieto, y, al final, sospecho que, pese a mis esfuerzos, se despeñó ventana abajo. Lo tenía ya sobre el papel y el bicho echó a correr hacia mi mano (con sus cien pies a toda máquina; que digo yo que ya podrá, el desgraciado) y sentí un miedo ridículo a que me tocara y me causara un daño irreparable. Y así, decía, con un gritito mío, la hoja también cayó por la ventana. Estaba oscuro fuera y perdí de vista al bicho pardo. Pero la hoja... Una ráfaga de viento inoportuno la hizo volar delante de mis ojos, la llevó al capó de un todoterreno aparcado justo enfrente. Y luego, otro golpe de aire, al centro de la calzada, donde el camión de la basura acabó de rematarla. Parecía clavada al suelo y, por un instante, pensé en bajar corriendo y recuperarla. Pero otro coche, uno más pequeño se la llevó puesta hasta la glorieta, y allí, por fin, le perdí la pista.
Mi hoja de papel, con tu teléfono y tu email anotados a lápiz.
Me fui a la cama sin saber si había sido desgracia o acaso la más rotunda de las suertes. Si tenía que agradecerle al ciempiés el haberme librado de nuevo. Va a ser cierto que Dios gasta un humor extraño. Y sus ángeles custodios, una variedad de formas encomiable. 
(Quién sabe si continuará)