miércoles, 31 de marzo de 2010

SÍNTESIS

Para mis hombrecitos vestidos de naranja.



Mira: así queda tu rosal en mi ventana.
Es pequeño, como todo lo bueno.
Ahora lo veo cada vez que miro afuera.
Me recuerda que el mundo no es tan solo ese lugar hostil donde todos fingimos.
Me enseña que el cariño verdadero pasa el tamiz del tiempo.
Es una pincelada de afecto en mis paisajes cotidianos.
Te doy las gracias.

viernes, 26 de marzo de 2010

PASIÓN

A veces una se levanta de la cama y ve el aura de las cosas. Se hace consciente del contraste entre lo que le han enseñado a querer y lo que quiere de verdad. La pasión. Lo que llena el alma y pone en movimiento pies y manos. Y la cabeza a centrifugar. Y activa los sensores, hasta convertirse por completo en piel y ojos. Y desencadena esa sensación indescriptible del placer más puro, más inocente, más perverso, más carnal. Ése que es dolor y es dicha. Cantar la propia canción. Desposeerse. Aprender que amar a menudo significa cerrar puertas, cubrir los muebles con sábanas blancas, regalar al polvo y al abandono lo que más queremos. Aprender a vivir en la contradicción, en la incertidumbre, en lo que realmente somos. En esa maravillosa e imposible soledad que tememos y necesitamos. Ser menesterosos. Ese gran placer. Inmarcesible. Abrir un libro nuevo y asomarse al mundo desde los ojos de otro. Que me lleven los demonios, desde este mismo instante, al centro neurálgico de mis infiernos domésticos. Ese incomparable placer, la pasión, la razón última. La escritura. La muerte. La vida.

lunes, 22 de marzo de 2010

CUADRÍCULA NOCTURNA




Tres copas y el papel deja de ser milimetrado. Y la música se convierte en cuerpos, en sudor, en seres planos, en ojos con visión nocturna, a través del humo, epidérmicos, momentáneos. El suelo está pegajoso, cuesta mover los pies, pero bailamos. Y pronto comienza la subasta. Más desnudos que nunca, vulnerables, esclavos de la fisiología. Como si hubiera otra cosa. Tiras la piedra y, a la pata coja, avanzas. Llegas a la casilla. Afrontas la demanda, el beso. Te lo piensas, acaso, si no ríes. O besas. O mientes una vez más y recoges la piedra, te das la vuelta. A la pata coja. Hasta casa. Y allí ya, en la cama, a solas con los oídos nebulosos y el olor del tabaco para conjurar al asco, se recobran al fin las dimensiones, los volúmenes. Una mano invisible te acaricia la frente y luego, con su tiralíneas, devuelve una a una las rayas a la página siguiente, para que no se vuelvan a despistar los lapiceros.

domingo, 14 de marzo de 2010

NO POR OFICIO

La muerte de Delibes me impresiona más con el paso de las horas. No por el hecho, triste, inevitable, sino por el contraste. Por los testimonios de su vida que me han ido llegando de diferentes medios. O sus propias palabras: un humano que no considera su vida tan interesante como para escribir su biografía. Seré muy simple, pero a mí eso me parece extraordinario. Con lo que yoyeamos todos. Incluso los que sabemos que nuestras vidas son poco interesantes. En fin. A lo que iba: Un escritor que declaraba que no quería “estirar por oficio el número de mis novelas”. Eso para mí es una declaración de amor genuino. Y de respeto: hacia sí mismo, hacia la literatura. Ganas me han dado de escribirla –literatura- con mayúsculas. Quizá por honrarle a él, a Delibes, y a sus novelas que son espejos, espejos que nos muestran sin intermediarios esa realidad de la ficción; espejos que enseñan, pero sin subtítulos. Al contrario. Carne cruda. Y los espejos de todos es sabido que no hacen concesiones a nadie. Ni a los pobres lectores, que buscamos, quizá con avidez, en la ficción alguna pista para entender el mundo. Cuanto menos a quienes le leemos con afán de aprender, de pillarle en un renuncio, de darle la vuelta al tapiz para desentrañar los caminos de sus hilos. Para nosotros no hay ni concesión, ni piedad. Ni burladeros. Sólo la necesidad de admirar la herramienta precisa, la mirada certera. Y el compromiso de aprender de la generosidad, la honestidad incuestionable de este escritor, y, me atrevería a decir, del hombre.

Escribo esto y me siento un poco presuntuosa, incapaz de maquillar la vanidad cautiva en mis sentimientos, en mi tardío descubrimiento. Y si lo vuelco aquí es porque yo pienso un poco como Menchu, en Cinco horas con Mario: “(...)si las palabras no se las dices a nadie no son nada, botarate, como ruidos, a ver, o como garabatos, tú dirás. ¡Benditas palabras (...)!

viernes, 12 de marzo de 2010

EN LA LUNA



La realidad, con ese modo tan suyo de conducir, ha tirado del freno de mano sin pedirme permiso. Tenía el pie a fondo en el acelerador de este Ferrari, con lo que os podéis imaginar: la inercia me ha estrellado de lleno contra la luna.

Y he decido quedarme aquí una temporada.

Desgravitada, sorteo los cráteres con pasos que flotan, me entretengo en soplar a la bandera de los EEUU para que ondee (aunque aquí hay una brisa que recuerda mucho al mar). He empezado a respirar sin escafandra. Me invento los atardeceres, porque no sé si aquí los hay. Seguro que desafío a algunas leyes de la física que ignoro. No me importa. Miro al planeta azul allá abajo. Y me dejo sobrecoger por el espectáculo, impresionante. He resistido a la tentación de buscar mi casa en sus relieves. Mi casa viene conmigo, allá donde voy. Ahora lo sé. Mi corazón. Esta vida mía que cambia, que se hace grande, que duele, que trasnocha. Que es todo lo que tengo y lo que quiero tener.

Os deseo un buen fin de semana a todos, desde la luna. Si os distraéis en mirarla, agitad la mano. Así podré lanzaros un beso.

lunes, 8 de marzo de 2010

COLORÍN COLORADO




Adán y Eva han discutido. Está harta de ir desnuda, según parece. Mira, chica, con ropa, pues no es lo mismo, le dice él. Que uno ya tiene una edad, y la convivencia pues es lo que tiene: que cansa, que todo se hace rutina y los mismos estímulos dejan de producir ciertos efectos. No es que Eva sea pacata, al contrario. Lo que le pasa es que es friolera. Le ha sugerido que ciertas transparencias podrían resultar estimulantes, pero él erre que erre. Argumenta que nada como lo natural y que lo demás son imposturas. Que si acaso tiene algo que ocultarle. Y, a la mínima, saca el tema de la dichosa manzanita. Y Eva tiene que morderse la lengua. Sabe que no debe decir nada. Pero piensa en la serpiente. Por ella sabe que primero vendrá Caín, y luego Abel, y que entonces sí que se liará buena, y ya no habrá quien detenga al mundo y sus desastres. Sabe que la recordarán como la débil. Que será maldita. Y vuelve a pensar en las transparencias. Y en la necesidad de conquistar y ser conquistado. De amar, de pecar, de un abrazo a tiempo. Suspira. Siente frío, sí, pero no tiene nada que meter en la maleta. Y eso hace que sonría de repente. Mira a Adán que duerme la siesta. Desnudo. De espaldas a ella. Se ha puesto a llover otra vez. Siempre llueve sobre mojado, piensa. También que es mentira que las hojas de parra sean suaves. Y se le escapa una lágrima. Se ha equivocado de sueño. Se despide en silencio y, mientras se aleja, trata de imaginar que habrá otros jardines.

jueves, 4 de marzo de 2010

LOS SERES MIMÉTICOS (verborrea nunca conclusa y delirante)



Tengo los pies fuertes, las manos ágiles, los ojos entrenados y el corazón a toda máquina. Peino canas, y abrazo algún deseo que nunca veré cumplido. Y cuando lloro me hago muy pequeña, mucho, tanto que me columpio en los ojales del abrigo. Y lloro bastante, demasiado, tanto como me río. Casi siempre de emoción, a menudo de dolor. Y cuando lloro acostumbro a preguntar por qué, por qué tiene que doler tanto todo, y por qué esa tiranía de que no haya dos personas que lo sientan igual. Por compartir, digo, por sentirse comprendido. Maldito. Nos condena a la soledad, él, que se sabe inevitable, el muy abusón... En fin, ¿por dónde iba? sí: me hago pequeña. Pero luego crezco de repente, y me encuentro dentro del abrigo, caminando por la calle, y es invierno todavía. Miro al cielo. Dicen que puede que llueva. Menuda novedad. Llueve dentro, llueve fuera. Incluso que puede que la cota de nieve descienda, y otra vez Madrid se vuelva blanca. Va a ser fin de semana y creo que sería mejor si lloviera cubitos de hielo. Lo digo por las copas, por los botellones. Por los seres miméticos. Por hacer pandilla. Yo, sin ir más lejos, renunciaría a los ojales del abrigo, al abrigo mismo y me haría cuadrada, de hielo. Me sentaría a la sombra. Tengo la intuición de que los cubitos no piensan, a pesar de que también se deshagan en agua. Y si cayera en un vaso, elegiría whisky. E invariablemente alguien me dirá: haber cogido muerte...

lunes, 1 de marzo de 2010

CANICAS

La caja estaba en el altillo del armario. Tuve que poner un par de guías telefónicas debajo de las patas del taburete para alcanzarla. Aquello se movía. Daba miedo. Pero es que ocupaba un lugar precioso. Y además, me observaba. Tenía que balancearme un poco sobre el taburete para conservar el equilibrio. La caja pesaba casi tanto como yo. La atraje como pude. Creía que la tenía asegurada contra el pecho cuando respiré el polvo de la tapa. El estornudo me hizo tambalearme y, claro, caí, como un fardo, desde la altura. El cartón se pulverizó al contacto con el suelo. Y un millón de canicas se expandió por todo el piso. Parecían girar todas a un tiempo, un desconcertante cardumen de cristal que invadió en segundos cada centímetro de mi casa. Rodaban con estrépito. En algunas veía mi reflejo deforme. Tenía que ponerme en pie, pero pronto fue imposible. Parecían reproducirse por momentos, no quedaba ni un hueco sin una canica sacándome la lengua. Otras golpeaban las baldosas con sus cubiertos relucientes. Crecían sin parar. Tenía que haber una solución. Si lograba llegar hasta el extremo, podría hacer contrapeso y que resbalaran por la ventana, hacia la calle. Y adiós muy buenas. O ponerme a dar voces y provocar una estampida. O tal vez debajo de la alfombra encontrara el tapón del sumidero: se escurrirían en el sentido de las agujas del reloj hasta la desmemoria. Pero había que moverse. Y en ese justo instante sonó el timbre de la puerta. Tenía que respirar, superar el dolor del golpe, ignorar la taquicardia, la sensación de tambor a punto de rasgarse. Encontrar el modo. Siempre hay un modo. Sí. Las canicas empezaban a hablar entre sí, a agruparse. Volvieron a llamar. Grité que me esperaran, por favor, que ya iba. Lo iba a hacer. Sí. Poco a poco. Alcanzaría la puerta. Aunque fuera a gatas.