domingo, 23 de septiembre de 2012

ESTACIONAL


Con cada estación abro un nuevo archivo, trato de olvidar lo que escribí antes, de renovar la savia y seguir adelante. Luego, si releo, cuando faltan las ideas después de veranos yermos, me encuentro con que la repetición es tono y, desde hace tiempo, la melancolía es timbre.
Ahora se abre el otoño en una hoja en blanco. La placidez se convierte en maravilla y el cielo en la salvación, en algo más parecido a la vida. Ya no solo habrá sol y un azul tan cierto como engañoso, de puro alto. Llega la lluvia, la tormenta, poder salir a mediodía. El café con leche, otra perspectiva del hogar. Observar junto a la ventana cómo los árboles cambian su manto, se desnudan poco a poco. Decir adiós con la mano al tren que parte. Dormir arropada, al fin, entre tus sábanas limpias.
En este nuevo archivo del otoño he dejado de vagar por los andenes y la falsa protección del hierro forjado de sus marquesinas. La piel se ha curtido a la intemperie. Los trenes al pasar levantan polvo, fue fácil creer en su engaño de nieblas. Pero ya no tomo más trenes a carbón. He aprendido a caminar entre la bruma, a amar cada uno de los pasos; a reivindicar el otoño: nunca más el fin de algo, nunca más la transición hacia el temido invierno.

sábado, 8 de septiembre de 2012

SALMONES


Los ríos que se mueren terminan en un delta de sal resquebrajada. Para subsistir, uno piensa que se olvida. Gente que dice adiós, la amistad rota. Se hace el fuerte. Se reviste de orgullo. Ellos se lo pierden, dice. Un día decide nadar a favor de la corriente, hacer el muerto, ponerse bocarriba, seguir respirando. Confiar en el mar, agua inmensa, que volverá a abrazarlo en su serena abundancia, al final del camino. Pero sabe, sabe bien, adónde van a dar estas corrientes. Deltas de sal resquebrajada. Tierra muerta, estratos, tristes marcas de hasta dónde subía la marea. Decide hacerse el muerto y dejarse llevar a favor de la corriente. El dulce olvido. Para qué resistirse. Pronto no seremos nada más que distancia. Daremos gracias por lo vivido, por las conversaciones, la ilusión de la solidaridad, la compañía. Guardaremos rencores. Todo termina, sí, todo termina.
Uno decide hacerse el muerto y flotar río abajo, mar salobre, muerte resquebrajada. Qué terca la ilusión de no estar solo.
Entonces se acuerda de los imbéciles de los salmones. Tontos, aguerridos, valientes gilipollas. No se enteran de que han dejado de quererlos, río arriba. Siguen con su exhibición de salto, el estúpido músculo del afecto. Siguen creyendo que donde hubo caudal volverá la sal a disolverse cuando llueva. La dulce alucinación de la esperanza. Salmones estúpidos que creen que depende de ellos. Haríais mejor en teñir de plata el cauce, panza arriba, haceros los muertos, corriente abajo, hasta terminar sentados en vuestras sillas, preparando la ensalada, cogiendo el metro.Tiernas raspas que miran de reojo los teléfonos. Tiernas raspas en eriales de sal, resquebrajadas.
Menuda mierda, acordarse de ellos justo ahora, con la decisión tomada, de flotar, de hacerse el muerto. Querer hacerse el salmón, excursarse en los genes por pura terquedad, perseverancia. Qué asco, menuda mierda, sí, la dulce alucinación de la esperanza.