miércoles, 30 de mayo de 2007

DESEOS

Hay luchas que nunca terminan, afanes que son para siempre, sin divorcio posible.
Uno está tranquilo hasta que aparece. Entonces comienzan a funcionar los engranajes. La imaginación dicta sus normas, las escenas en apariencia maravillosas empiezan a desfilar ante los ojos. La calma, la rutina, aparece, de repente, como algo insípido. Nos preguntamos entonces cómo hemos podido vivir hasta ahora sin ello. Sea lo que sea. Material o etéreo. La ansiedad pone sus huevos en lo más hondo. Nace la insatisfacción con una celeridad que nos sorprende recién levantados. Atónitos, nos movemos con lentitud hacia nosotros mismos. Tratamos de regresar al punto donde estábamos antes del deseo, pero el camino está sellado. La resistencia es nuestra. Barricadas de anhelos. A la mierda. Nos empeñamos en crear necesidades. Olvidamos que somos perfectos en cada momento. Que aceptarnos no tiene nada que ver con la resignación, tan desacreditada.
Me bajo del púlpito para no terminar de asustarme.Me pongo a escribir. Hasta que consiga todo lo que me falta (esa sobriedad, la aprehensión de la vacuidad) me dedicaré a escribir. Solo eso me calma.

martes, 22 de mayo de 2007

MALDITOS ROEDORES

Todas las mañanas me levanto pensando en escribir. El día que no puedo hacerlo, es como si una pandilla de roedores se manifestaran por mi tracto digestivo. Luego hay días en que la inseguridad me come: me siento frente al ordenador y soy incapaz de hilar dos frases. Me convenzo de que en ese momento es mejor para mí ponerme a leer, ordenar los papeles, pasar la aspiradora...
Cuando la conjunción astral es la correcta, el tiempo se traduce en algún texto más o menos afortunado. Y en la sensación inigualable de tener algo entre mis manos; algo que se parece a mi alma, a la magnitud de mi mirada. Algo que me ayuda a desvelar mi propio misterio, que me ayuda a concebir al esperanza de que alguna vez encontraré mi propia voz. Esa que me diferencia, sí, pero que también me une al resto del mundo precisamente por esa diferencia.
En ese pedacito de misterio una también se encuentra bastante podredumbre. La pezuña que todos tenemos sale a relucir. Con lo que la escritura se convierte a menudo en algo catártico que nos hace sufrir como a perrillos bajo la lluvia. Y aunque suelo ser consciente de que debo plantar mi tienda en mitad de la campana de Gauss, es fácil caer en el maniqueísmo, según llueva o no, y sentirte el ser más miserable y, al momento siguiente, el más especial. (Y ambas cosas suelen ser mentira, pero eso es otro tema...)
A lo que iba: en mi humilde experiencia, esta pulsión de la escritura es un mal rollo. Tienes que trabajar tus ocho horas para ganar un sueldo no siempre digno. Mantener una vida social para no convertirte en rain man. Cuidar de tu familia. Recoger la casa. Hacer la compra. Llevar el pelo limpio. Comprar algo de ropa. Ir al banco. Leer la prensa. (Leer todo lo que cae en tus manos, en realidad.) Ver Anatomía de Grey. Hacer el vago... Y además, tienes que escribir. Escribir algo bueno, porque si no empiezas a ver cómo te haces invisible frente al espejo. Y después de cuajar un buen texto (según tu criterio), te sientes obligada a moverlo, a mandarlo a concursos, a editoriales. Te sientes presionada porque alguien refuerce tu obstinación con algún reconocimiento. Y porque da corte decir que dedicas la mayor parte de tu tiempo libre a escribir y que aún no has logrado publicar nada, ni ningún premio.
Bueno: tanto rollo para decir que no entiendo por qué el ego se nos suele malignizar a los escritores en cuanto ganamos ese reconocimiento. Por qué esa pose de pequeños dioses. Cuando solo somos muñecos a merced de un trastorno obsesivo compulsivo (por mucho que queramos llamarlo arte). Cuando somos, más bien, unos pringadillos impúdicos.
Si algún día tengo la «desgracia» de publicar y la metástasis del éxito invade mi cerebro, por favor, recordadme estas palabras.

jueves, 17 de mayo de 2007

PÁNICO ELÉCTRICO

Escuché el cling del microondas. Tardé un poco en reaccionar: quizá me hubiera olvidado del café, allí dentro, dando vueltas. Pero no lograba recordarme metiendo la taza y accionando la ruedita. De modo que me levanté y fui a la cocina. Apenas había puesto un pie en ella, cuando el motor de la lavadora me dio la bienvenida comenzando a centrifugar a toda máquina. La puerta del microondas estaba abierta, la lucecita encendida y, en el interior, el platillo vacío giraba a 95 rpm. Lo primero que me golpeó al entrar en la cocina, sin embargo, fue el calor. Las placas de la vitrocerámica brillaban, incandescentes. La lavadora parecía querer salirse de su ceñido hueco y golpeaba contra la formica de la encimera y contra el suelo.
Pero fue el estruendo del salón lo que me hizo salir a la carrera. Una mujer lloraba a gritos en la pantalla del televisor, que, por supuesto, yo no había encendido. Sus alaridos pretendían quedar por encima de la quinta sinfonía de Beethoven, que era el cd que había dejado dentro de la cadena y que, por descontado, tampoco estaba escuchando momentos antes.
El timbre del teléfono me hizo dar un brinco y girar la cabeza en su dirección. Cualquiera hubiera dicho que el auricular pretendía saltar de su soporte. Avanzaba hacia él para responder cuando desde mi bolso, colgado del respaldo de una silla, comenzó a brotar la musiquilla del móvil. Descolgué, pero el sonido no se detuvo. El mando de la tele no respondía a mi orden de bajar el volumen. El equipo de música tenía los botones congelados.
No sé por qué lo hice, por qué me molesté en correr hacia la puerta, si lo sabía. Sabía que, al intentar abrirla, la encontraría cerrada a cal y canto.

sábado, 12 de mayo de 2007

LOBOS

A veces hay lobos hambrientos esperándonos en el descansillo. Nos obligan a posponer todos nuestros planes. Nos obligan a mirar por la mirilla con ansiedad, a buscar el brillo de sus ojos amarillos en la penumbra. A temer –pero también de forma mezquina- a desear que aparezca algún vecino, sólo por comprobar qué es lo que pasaría, si podemos atrevernos a poner un pie fuera.
Ideamos un plan de fuga, recorriendo en nuestra cabeza el breve trayecto hasta el ascensor. Acariciamos la idea de que podremos ser más rápidos que ellos. Se nos ocurre que, aunque logremos entrar en éste sanos y salvos, nadie nos asegura que hayamos conseguido burlarles, que no nos esperen, mostrando sus dientes, en la planta baja. Igual la solución es ser más astutos: asumir el riesgo, lograr entrar en el elevador, subir dos pisos más allá, detenernos, seguir subiendo hasta la última planta para descender de golpe y emprender la carrera, sin pensar, hacia la calle.
Perderemos mucho tiempo ideando un plan. Soñaremos con ser capaces de correr más que ellos. Maldeciremos que cacen en manada.
Los audaces detendrán el pensamiento y pasarán a la acción. No les arredrará la negrura de su pelaje, ni el brillo tenso de sus dentaduras. Emplearán incluso armas de su invención para combatirlos. Puede que no lleguen a escapar, pero la parte de ellos que perezca lo hará con una sonrisa fiera en la boca. Y puede que esto sirva para que algún observador tras la mirilla mejore su estrategia.
Otros darán vueltas y más vueltas. Esperarán a que venga alguien, tratarán de tener una certeza. Llorarán. Pedirán una ayuda que nadie podrá prestarles. Llamarán a los bomberos llenos de baldía esperanza. Terminarán sentados en el sofá, ocupados en darse razones que justifiquen su renuncia.
Habrá quien cambiará el tono de su piel y se confundirá en la manada. Afilará sus colmillos, ensayará un aullido feroz ante el espejo, como si éste pudiera oirle. Probará suerte y es puede que triunfe en su empeño. Quizá se acomode de tal manera que olvide que su propósito era huir y se instale en el rellano para esperar otras presas.
Siempre habrá quien idee un discurso convincente y agresivo, quien crea que los lobos atienden a razones.
O quien les tire un hueso y se entretenga jugando con ellos, riendo, sin ser capaz de ver maldad en esos seres.
Y el que arriesgue su mano para asomar la cámara de fotos y protestar ante el mundo por tamaña situación injusta.
Y quien salga al desamparo y los mantenga a raya con una mirada pacífica, desprovista de angustia. Aceptando que escapar o ser devorado es algo que poco tiene que ver con quién es él; que esa situación es una contingencia que, en realidad, no existe.
Y otros...
Nadie asegura que el acertijo se resuelva felizmente.

« El hombre es un lobo para el hombre.» Plauto

domingo, 6 de mayo de 2007

SOLEDAD


Esta maniática aspirante a escritora adora la soledad. Hasta el punto que le supone un esfuerzo traicionarla.
Nunca se sabe qué fue antes (y no quiero hablar de huevos y gallinas), pero resulta evidente que para escribir uno debe estar solo. Y para leer. Y para otras cosas que no vienen a cuento.
A veces me pasa que me encuentro sola en medio de la gente. Busco compañía y siento ganas de volverme a mi guarida. Aferrarme a mis libros, desplegar el cordón umbilical que me une a la pluma o al ordenador, en función del estado de ánimo.
Cuando veo a mis amig@s y a sus familias me pregunto si me estaré perdiendo algo. No sé si será una enfermedad, un sentimiento para tumbar en el diván, pero suelo responderme que no. Contra viento y marea. A pesar de las miradas conmiserativas de algunas personas cuando les cuento que no estoy casada, que no tengo hijos. La lucha contra el instinto, contra las expectativas de la sociedad, contra el miedo que produce esa vacuidad para la que no nos ha preparado nadie.
Luego salgo, me río, no me cuesta compartir mis mendrugos de pan duro. Ni masticar despacio los que me regalan los demás. Me gusta escuchar, empaparme de las vidas de los otros, arroparme con la calidez del afecto desinteresado de los que no pretenden cambiarme.
Después llego a casa y está esperándome. A mi imagen y semejanza. A mi medida. Liviana por momentos. Férrea y obstinada algunas tardes. La que me permite descubrirme, la que no me hace sentirme avergonzada de mi desnudez, la que pasa mis seres y estares por un tamiz bien fino, pero luego me da la oportunidad de enmendarme. La única que me acompañará el día que me vaya.
¿Es grave, doctor?

jueves, 3 de mayo de 2007

LA VIDA DE LOS OTROS




A veces el sistema no es suficiente para corrompernos.
Debajo de la piel endurecida sigue habiendo un alma humana. La dignidad de la desmesura, del respeto que produce ser testigos del amor ajeno, y poder casi oler la carne, los perfumes, el miedo de los otros.

Sabemos ir más allá de nosotros mismos.
La pregunta es si queremos hacerlo.
Si podemos mantenernos al margen de la frialdad, de la opresión -visible e invisible- y comportarnos como seres autónomos, como seres humanos.
Darle al amor el espacio suficiente para que crezca es el primer estadio. Que luego dé frutos ya es otra historia...
Somos seres sensibles, a pesar de todo. Incluso cuando nos han lavado el cerebro. No lo podemos evitar. Las imágenes llegan a nuestros ojos y el cerebro las procesa después a su peculiar manera. Y entonces sentimos. Y a veces nos permitimos la bondad. O nos conmovemos sin autorización. A veces cuaja la ternura.


Someten a nuestros cerebros al programa completo, con centrifugado incluido. No se les ocurre añadir el suavizante.
Olvidan que somos humanos, después de todo. Que seguimos teniendo ojos y oídos. Seres sensibles. Capaces de todas las lágrimas o de una sola.
Se olvidan de que puede ocurrir el milagro de la bondad. De que el don de la ubicuidad es caprichoso, y a veces juega a colocarnos en el lugar del otro.
De que pintarnos a todos de gris suele provocar que al final estalle el arco iris.

miércoles, 2 de mayo de 2007

EL VECINO DEL QUINTO (o el efecto catastrófico de la conjunción de la primavera y las películas de Hollywood)

O imaginarme el everest con gafas y polo lacoste.
No iré a comprarme el piolet y los crampones. Bastaría el ascensor. Demasiado fácil para mi ánimo intrépido.
Siempre se me dio mal trepar por terrenos evidentes. Dejo las paredes planas para las suelas de goma y me dedico mejor a ascender por las palabras.
Ahora, mientras pienso en mi puesto de observador, en la sillita de tijera , los rulos y el “hola” plantados en el portal, pegaditos a mi sombra en la caverna, me doy cuenta de que lo que pretendo es una escalada mucho más peligrosa.
Esa isla que se arraiga unos metros por encima está protegida por unas mareas furiosas. Olas de diez metros que alzo yo misma con mis suspiros. Su bastión, las células de su piel, las capas de polisacáridos que forman sus membranas celulares, empeñadas en separarse unas de otras y de mi también, por ende.
Bien, bien lejos y bien cerca de la ironía y del contagio.
Qué insinceros los afectos, a veces.
Cómo el miedo deshace las sogas que podrían amarrarnos a los sueños.
Decisiones: dejarme la voz ronca y el pelo engominado y siciliano para planear el accidente de su novia.
Casi mejor adopto la posición del loto, me rapo el pelo y agarro la escoba. No para volar por los tejados, sino para espantar a los deseos. Ohm mani padme uhm.