miércoles, 26 de mayo de 2010

DONDE APARCAN LOS PECES



No encontré más sitio para aparcar el tren que un solar en obras. Viajé sobre uno de los rieles, a pie, descalza, guardando el equilibrio. Pensando cada paso. Hasta la costa. He utilizado un cascarón de nuez y las dos manos para atravesar mi mar de los Sargazos. De tanto ver mi rostro en el espejo en calma he terminado por comprender algunos de los gestos de los peces. Por amar lo ridículo, lo tierno, lo que nos hace humanos. Lo que nos impide nadar y nos obliga a hacernos maestros de buceo. He llevado un diario de todas las mentiras. Y he descubierto que morimos el día que se muere la sorpresa.
Ahora estoy tumbada en una playa. Y me río de la arena de todos los relojes.
Es muy posible que, cuando regrese, la grúa haya retirado el trenecito. Quizá sea mejor así. Nunca se ha adaptado a las traviesas de hormigón. No entiende nada de altas velocidades.