Hace calor en Madrid. Y amenaza tormenta.
Ellos andan revueltos. Los fantasmas. Trato de calmarles, les hablo en voz bajita.
Suelen portarse bien. Les leo mis cuentos en voz alta (son críticos feroces). A veces me pasan su mano fría por el pelo (me asusta pensar cómo me alivia). Les recito poemas de Ángel González y me sacan la lengua (uno de ellos llora).
Ellos me mantienen en mi sitio con sus risas tenues cuando me equivoco. Me dan golpecitos en el pecho, como si llamaran a la puerta. No me hacen daño, pero me duelo. Tienen la manía de resolverme los sudokus. Se comen los caramelos de menta y rellenan los papeles con recuerdos. Se meten en el teléfono y juegan a número oculto-número privado; o a hacer eco, o burla, a quien me llama. Es todo lo que les queda: las travesuras.
Hoy se han sentado en el suelo del salón, están huraños. Uno de ellos, ayer mismo, se puso digno y me dijo que con una palabra mía desaparecería para siempre. Tuve que tragarme la sonrisa.
Los pobres no se enteran.
No se imaginan que les quiero tanto.
No saben que sé que no pueden marcharse, que nunca volverán a hacerme daño.
Ignoran que son ellos los que están atrapados.
Ellos andan revueltos. Los fantasmas. Trato de calmarles, les hablo en voz bajita.
Suelen portarse bien. Les leo mis cuentos en voz alta (son críticos feroces). A veces me pasan su mano fría por el pelo (me asusta pensar cómo me alivia). Les recito poemas de Ángel González y me sacan la lengua (uno de ellos llora).
Ellos me mantienen en mi sitio con sus risas tenues cuando me equivoco. Me dan golpecitos en el pecho, como si llamaran a la puerta. No me hacen daño, pero me duelo. Tienen la manía de resolverme los sudokus. Se comen los caramelos de menta y rellenan los papeles con recuerdos. Se meten en el teléfono y juegan a número oculto-número privado; o a hacer eco, o burla, a quien me llama. Es todo lo que les queda: las travesuras.
Hoy se han sentado en el suelo del salón, están huraños. Uno de ellos, ayer mismo, se puso digno y me dijo que con una palabra mía desaparecería para siempre. Tuve que tragarme la sonrisa.
Los pobres no se enteran.
No se imaginan que les quiero tanto.
No saben que sé que no pueden marcharse, que nunca volverán a hacerme daño.
Ignoran que son ellos los que están atrapados.