jueves, 26 de mayo de 2011

DESCANSO



Es sorprendente la facilidad con la que algunas personas hacen las cosas que mejor saben hacer. Sinatra es un ejemplo de ello.
Hoy me consuela escucharle, con su voz brillante, sin ley antitabaco. Hoy que desearía que la vida no exigiera tanto esfuerzo. Que no doliera tanto.
Hoy descanso con Jobim y su facilidad para ser amable. No sé si hay alguien más que sepa hacer que sonría una guitarra.
Un auténtico descanso.

viernes, 20 de mayo de 2011

SOFTWARE


El problema del cerebro es que el software acaba por convertirse en hardware. Te instalan el programa desde niño y, para cuando creces, éste ya se ha convertido en conexiones neuronales hechas y derechas, que campan por sus respetos, mueven tu pensamiento, tus emociones y tu cuerpo a un son que muchas veces te deja atónito ante la propia conducta. Asombrado ante el pánico, ante el ego, ante la dependencia. Y el único remedio a veces es abrirse camino con excavadoras, y arietes, con cascanueces. Siempre, con el inexorable poder de la ternura. Con la fiera determinación de ser quien eres por encima de todas las cosas, pero sin pasar por encima de nada, ni de nadie. Y para los programas más antiguos, más sutiles, más fosilizados, el arma más potente de todas: esa compasión que es la famosa gota de agua que horada la roca más dura sin dañarla.

lunes, 16 de mayo de 2011

VACUIDAD


Se diluye ante mí la imagen, si la miro. Si pienso ¿quién escribe estas palabras? ¿dónde quedo yo en esto? por un instante todo se presenta vacío y, de repente, deja de doler la herida. Descomponer las partes hasta que no haya todo. Y la realidad se convierta en millones de pulgas que no paran de moverse, pero que de lejos son una mesa, tu silueta que me espera apoyada en ese mar de pulgas que, de lejos, es sin duda una farola. Veo tu sonrisa y sé que no es tal, sino labios, y dientes, y hoyuelos, y tus ojos grises, y el amor, y la ausencia.

Y yo no estoy en ninguna parte. ¿o dónde estoy, acaso? ¿me identifico más con el cerebro, con la mano izquierda, el primer metro de intestino delgado, el útero? En todo, ah, claro. Estoy en todo el cuerpo. Pero no lo percibo. Soy un cielo azul que, cuando me despierto, se nubla por completo. Entonces te echo de menos, me arrepiento de todo. Pero luego respiro y sé que tampoco estoy yo en ese arrepentimiento. Que Leo tan solo es el cuerpo, y el recorrido de mis años. Que un día moriré.

Y así, de repente, ya no duele.

Escribo y todo cobra sentido. En las letras se reúne la experiencia de eones. La humanidad, el salto infinito de un segundo a otro. Algo que jamás podré abarcar, que no tiene importancia, pero es todo.

Ya, ya lo sé. Yo tampoco lo entiendo.

viernes, 6 de mayo de 2011

CALIGRAFÍA


Lo escribí todo en un papel de miedo, tan fino que al escribir por el reverso las letras del anverso se colaban, se enredaban, los palos de las tes, trepadoras, del otro lado de la páginas. Los puntos de las íes se hacían goma y rebotaban de una esquina a otra. Acelerando.

Y eso que apreté apenas el lápiz. De puro miedo que tenía a que te enteraras de que por ti era vulnerable. Y confundía las caras con las cruces. Era un papel de fumar, la hoja. También mi confianza. La fortaleza endeble de los deseos locos. Era un falso papel mojado. Algo que servía, pero no servía para lo que servía. Sino solo para seguir viviendo. Para probar la calidez del hilo radiante un día de verano. En previsión del invierno. Ejercicio de caligrafía. En previsión de los papeles satinados, blancos, puros, de más de ochenta gramos. Papeles que desencadenan los deseos locos de los bolígrafos. Nacidos, hallados, para dar cabida a lo inefable. Para soportar los mapas. La calidez verdadera del diario. Locos papeles que solo podrá fumar el tiempo. Donde se puede apretar el trazo todo lo necesario, porque hay anversos y reversos, días y noches, y el amor no se hace transparente, y los palos de las tes no tienen miedo de caer en un abismo. Ni de ser tratados como grama, pisados sin piedad por los palos de las pes. Donde los puntos se quedan con las íes a pasar la tarde.

El hombre que echa a reciclar las cartas del banco no tiene ni idea. Maravilloso mundo. Siempre vulnerable, mundo.

lunes, 2 de mayo de 2011

THE BIG COUNTRY




“—Gracias —dijo el viejo. Era demasiado simple para preguntarse cuándo había alcanzado la humildad. Pero sabía que la había alcanzado y sabía que no era vergonzoso y que no comportaba pérdida del orgullo verdadero.”
El viejo y el mar. Ernst Hemingway.

Esta cita de Hemingway, anotada hace tiempo, vuelve a mi cabeza mientras veo por enésima vez Horizontes de grandeza (The big country. William Wyler. 1958).
El verdadero orgullo. Ese que está despojado de ego. Facilón, sí. Un aprendizaje para toda una vida. El amor propio que no supone una separación de los demás, ni una distinción con respecto a ellos. Un sentimiento que no busca elevarnos, sino hacernos sólidos. Que no refuerza la vanidad y el reconocimiento, sino la satisfacción más íntima, la que solo nuestros ojos están capacitados para ver, en un territorio hacia dentro, el gran, gran país interior.
Ese país que, por mucho que nos empeñemos, nadie podrá nunca dominar, conocer del todo. Ni siquiera nosotros, a veces. Ese país de cuya exploración y aceptación depende nuestro bienestar más básico, la utopía de la felicidad. La dignidad. Ese país cuyo reconocimiento implica luego el respeto de las fronteras ajenas, de la dignidad del que tenemos enfrente. Un espacio en el que alimentar el ego, el orgullo, la superioridad, es simplemente un error de concepto, una manifestación de la ignorancia.
Porque los grandes países no se superponen, sino que colindan.
Solo cuando conocemos ese país podemos sentir la curiosidad suficiente porque el otro nos abra una ventana y nos permita disfrutar de sus paisajes. Y el amor: la única razón para compartir esa labor de reconocimiento del terreno con otro ser, para permitir que alguien entre. Alguien que sepamos que no tiene intención de incendiar nuestras praderas, ni de mover los hitos para ampliar su espacio.
Pero me he ido del tema, creo.

Gran película, por cierto. Peck, hombre inconmensurable. Y la asquerosa bella Jean Simmons, cuya delicada fortaleza envidio desde que se llevó al huerto a Espartaco.