jueves, 24 de marzo de 2011

RECORD GUINNESS


Cuando me desperté, San Valentín todavía estaba allí. Llevaba una cuerda en la mano, una linterna, un ramo de caléndulas.

Vamos, —me dijo—, ¿no querías que te casara? No voy bien de tiempo.

Me froté los ojos. Ni siquiera había amanecido.

Bueno, sí, pero...

—No hay pero que valga, hija, si quieres tiene que ser ahora.

—¿Y esa cuerda? — le pregunté.

—No me dijeron que vives en un bajo.

No me tranquilizó nada su respuesta.

—Mientras bajamos me tienes que contar cual es el inconveniente para la boda. No es que me importe —se apresuró a explicar—, estoy acostumbrado a los conflictos, líos de familia, bigamia, homosexualidad latente... Es que llevo un registro, totalmente anónimo, ¿eh? Pretendo presentarme al guinness de casos raros. ¿Tienes el vestido? El ramo lo he traído yo, que siempre se os olvida. Vamos, apresúrate.

—Pero es que yo... ¡si no tengo vestido!

—Pero, guapina, ¿no te hacía tanta ilusión? Me habían pasado el aviso como urgente. Lo de siempre, ¿no? Pediste por pedir. Qué poca fe...

La verdad es que le había pedido al cielo lo de la boda con bastante insistencia, sí. Fue una noche que volvía sola a casa, de madrugada, con los zapatos en la mano. Había una niebla espesa que olía a vino. Lo recordaba vagamente. Era cierto que tenía poca fe.

—Pero... ¿cómo lo vamos a hacer?

—Pues, hija, como siempre. Los votos, el sí quiero. Lo básico. A ver qué te creías, ¿que iba a traer un organista?

—No, claro, pero... ¿y el novio?

—El novio corre de tu cuenta.

—¿De mi cuenta?

—Pues, ¿qué esperabas?

—Yo qué sé, esa noche había bebido un poco de vino...

—Ya... así que no hay novio. Pues eso sí que es un problema... Hija, es que no sabéis pedir, ¿eh? Habláis a tontas y a locas. Como si los demás no tuviéramos otra cosa que hacer. ¿Sabes la lista de espera que tengo?

El santo empezó a levantar la voz. Se escuchó el llanto de un bebé y una luz se encendió en el edificio de enfrente.

—¿No le había pasado nunca nada así? —Le pregunté, en susurros, para distraerle—. Seguro que no he sido la única.

—Pues no. Bueno, me pasó algo parecido el 20 de julio de 1789, en París. Solo teníamos la cabeza del novio y... ¿entonces no se te ocurre ningún candidato? Es una pena, ya que estamos aquí. Piensa, mujer. Algún pretendiente tendrás...

—¿Para casarme? Que va, ¿por qué se cree que rezaba?

—Piensa bien, alguno habrá. Lo que importa es querer casarse. Créeme, luego, con el tiempo, todo cambia, y da lo mismo lo que te haya gustado al principio. Menos mal que para los divorcios no hace falta la intervención divina. Además, hoy en día todo vale. Y cuanto más raro sea, mejor para mi récord...

Me miró con inteligencia durante un instante. Se estiró mucho, sacó pecho. Parecía conservado en formol. Se peinó con la mano. Le crecían cuatro pelos ralos en un cráneo tapizado de cuero viejo. Se sacudió algunas migas de la saya de saco, y se ajustó el cordón que le ceñía por el ecuador. Después me recorrió con la linterna de arriba abajo. Mi pijama de ositos no pareció gustarle demasiado. Salvo por el escote, donde se detuvo un buen rato.

—Pero ¿tienes ganas de casarte sí o no? —Dijo. Y me guiñó un ojo.


lunes, 21 de marzo de 2011

DOMÉSTICO Y SALVAJE




De repente la rueda se detuvo. Este animal se ha cansado de los juegos. Este animal respira. De repente la rueda se detuvo en el ahora. Ya no es ningún ratón, ni vive en el subsuelo. Ni un gorrión funambulista en búsqueda de cables de alta tensión donde hacerse un nido.
Este animal se despereza, es un gato que ha perdido el apetito por la caza. Vive. Vive en las pérdidas que abren nuevas puertas. En los reencuentros. Este animal no reniega de quien es. Siente de nuevo el pulso implacable de su sangre. Este animal de paso está empeñado en este mismo, pequeño, diminuto instante. En el ahora contigo, consigo.
Es un gato en son de paz que se tumba al sol en tu regazo.

jueves, 10 de marzo de 2011

VENCIDOS

“ —(…)Creo que es imposible entender realmente a alguien, saber lo que quiere, saber lo que cree, y no amarle como se ama a sí mismo. Y entonces, en ese preciso momento, cuando le quiero

Le vences. (...)”

Orson Scott Card: El Juego de Ender.


Todos vencidos. Porque siempre hay alguien que nos quiere. Que nos quiere porque nos entiende desde dentro. Porque nos conoce. O lo ha habido. O lo habrá. Un amigo.

¿Significa esto que en realidad podemos ser invulnerables para quienes no nos quieren?

Porque todos los daños son relativos. Carecen de signo. Una vez que aceptamos que el dolor es parte del juego de vivir. Pero habría que aprender a vivir.

Imposible conocer, comprender y no amar a una persona. ¿Habrá alguien que no quiera ser amado? ¿Por qué entonces cubrir de velos y mentiras nuestro verdadero rostro a quienes se nos acercan? Con ojos limpios, con sinceridad, humanos.

Ser vencido así por quien nos ama no encierra ninguna derrota.


lunes, 7 de marzo de 2011

RECONCILIACIÓN


Hoy lunes empieza todo. Con el sol regalado, la renovación del tiempo, la compañía. Es día de limpieza. De trabajar. Son días para contarse historias en los cinco minutos de descanso. Historias hermosas. Son días para dejar de lamentarse y no permitir que el alma vague por ciertos pasillos. Días para abrir ventanas. Para vaciar armarios. Lunes de concordia. Para guardar como tesoros los escasos recuerdos bonitos y cerrar viejas historias. Reconciliación. Para reciclar los besos no dados, las palabras nunca dichas, el tiempo que no se pudo compartir. Es momento de últimas podas, de brotes tempranos. Lunes de trabajo, de sol. Una nueva semana que se abre. Hermosa palabra, nuevo. Hermosa, la vida.

Feliz semana.

jueves, 3 de marzo de 2011

CONDICIÓN HUMANA


Sé que la vida un día hará su trabajo y yo solo podré decirte adiós, si es que no me he marchado antes. Te miro, y estás vivo. Tu piel, cálida. Me miras. Sonríes. No puedo creer que un día no estarás. No sé de qué podrá servirme el tiempo entonces. Por eso te lo digo ahora. Para ahuyentar a los fantasmas. Que no te mueras nunca. Lo digo para que no se cumpla, como si se tratara de un mal sueño.

No sé qué haré ese día,

el día que la vida cumpla su tarea.

No sé de qué me servirá el tiempo entonces.

Hay un dolor indefinido en estas líneas, en los minutos indolentes que pasean delante de mis ojos, hoy que saben que no sirve de nada el tiempo. Pero que es lo único que tenemos. El tiempo y el acuerdo tácito de nunca, nunca, hablar de esto. Como si fueran las palabras las culpables del daño.