viernes, 26 de agosto de 2011

BUEN CAMINO


De pronto revivo. Los días se acortan. El aire empieza a traer una semilla fría, una textura distinta. En Madrid el cielo se hace más alto, de repente. El azul cobra otra dimensión, otro brillo. Aparecen las nubes: apetece observarlas, jugar con ellas. Todavía quedan días de calor, pero la promesa del otoño cada año me hace sentir nuevas esperanzas. La misma impermanencia es algo gozoso: también lo malo pasa, todo se renueva. Siempre hasta un punto, sí, puede existir el cambio. Me gusta oir cómo cruje al fracturarse, cómo el otoño rompe la costra del verano. En el horizonte, si miras con atención cuando cae la tarde, puede verse el sendero que conduce al corazón del invierno. Un buen camino.

martes, 23 de agosto de 2011

PATIO

Uno de mis vecinos se fue de vacaciones y dejó la radio puesta, bien alta, día y noche, para que la oyeran los presuntos ladrones, para disuadirlos de entrar. Y dejó la ventana abierta. Quizá para disuadirnos de dormir, ya que la vida es corta, a los pocos que hemos quedado en Madrid este mes de agosto.

Mi vecina de arriba regresó de vacaciones la semana pasada. Llegó tarde del viaje, a eso de la una y media de la mañana. Abrió las ventanas para ventilar, me imagino, y organizó en voz bien alta sus asuntos con su hijo, que debía de estar al otro lado de la casa.

También se han quedado los estudiantes del cuarto. Se reunen los viernes y los sábados, a veces. Son buenos chicos: no ponen música. Solo hablan, y ríen sin cuidado, sin hora de cierre, y fuman cigarrillos, que más tarde serán colillas, que se les caerán de los dedos y terminarán en el patio al que da mi dormitorio, a ras de suelo. Ambos: las colillas, mi dormitorio.

Esta mañana, a las 7.41, mi vecina del tercero D, médica de profesión, me despertó al arrojar al patio, en tres tandas, tres aldabonazos, el agua del barreño donde acababa de lavar (imagino) los sujetadores que estaba tendiendo cuando me asomé, sobresaltada, legañosa, para ver qué pasaba. Por un momento creí que había empezado el diluvio universal. Os lo juro que lo creí. Os lo juro: sentí alivio, algo parecido a la esperanza.


Me pregunto cuáles serán mis costumbres molestas. Cuál es el límite de la tolerancia, cuál el del respeto. Si hay algún lugar donde huir de esto. Por qué no hay ningún banco de paciencia.


jueves, 18 de agosto de 2011

BLOG


A veces tengo ganas de escribir demasiado. Con esa sensación de estar haciendo un striptease ante desconocidos, que pueden resultar ser lobos y devorarme. Sin anestesia ni aviso previo. Dejar al descubierto la carne blanca y blanda. Los defectos. El descompás de algunos latidos. A veces contaría aquí cosas que me importan de veras, con las mismas palabras con que las contaría a un amigo muy íntimo. Acaso es lo que hago siempre, siempre. No puedo ver la línea que separa la necesidad de compartir con la reserva, con el pudor. La llamo ficción y me quedo tan ancha. No entiendo cuánto de ego hay detrás de todo, si todo es ego, si poner sobre el tapete las cartas dadas no es más que reconocer que no hay diferencias. Solo personas con jugadas distintas, personales.

A veces me gustaría contar mi última jugada con pelos y señales.

Mi obsesión por los vampiros.

Mi último beso en el cuello.

El abrazo que echo en falta.

Me gustaría decir nombres. Exhibir la lista de cadáveres, cada una de las bolas de hierro de la cadena. Nombres y apellidos. Empezar a escribir y no terminar jamás. Con la ingenua sensación de que detrás de estas letras solo hay gente. Gente que a ratos siente cosas parecidas. La misma gente con diferentes trajes: frialdad, indiferencia, soberbia, miedo. Inseguridad, superioridad, cobardía, angustia. Desnudos por dentro.

Ya lo he vuelto a hacer. Ya he escrito demasiado.


sábado, 13 de agosto de 2011

DEMASIADO


Lo difícil es conciliar, el equilibrio. Conocer el innegable valor que tiene cada vida, mi vida, pero no envanecerme, ni creerme diferente. Suena ingenuo, ¿verdad?: diferente. Por lo general, nos consideramos mejores, en el fondo. Lo que no es más que ignorancia, la misma ignorancia que nos salva y nos condena. Suena ingenuo, ¿verdad?: mejores. Cuando demasiado a menudo lo que pensamos es que somos superiores. Y eso solo es una condena.

Lo difícil es comprender que hemos venido a hacer algo, hacerlo, y no tomarse demasiado en serio. Ni creer demasiado en la férrea existencia de este yo que a veces cree en su superioridad, en que es mejor. Ese yo que, solo por eso, se revela ignorante. Ese yo que, por lo tanto, nos engaña.

Pero, si no confiamos en nosotros mismos, ¿en quién confiaremos? ¿Cuándo llegaremos a casa? ¿Quién nos hará sentir seguros?

Confiar en el constante cambio.

Únicos, que no diferentes.

Sacar pleno partido a nuestra caja de herramientas...

Demasiado para un sábado de agosto.


lunes, 8 de agosto de 2011

PUERTOS ABIERTOS


Para eso están las metáforas, para que entendamos algo, para hacernos sensibles a la flexibilidad del mundo. Quizá el mayor síntoma de rigidez, de degeneración, sean las certezas. Esos burros de los que no somos capaces de apearnos, pero tampoco de demostrarlos con algo de rigor. Me ha costado ser consciente del miedo que da la libertad. He necesitado asimilarlo con la metáfora del folio en blanco. El tópico.

De repente caigo en que mi vida es este algo informe, solitario y pleno; este algo sobre el que puedo ejercer toda mi autoridad, con manos de alfarera o a golpes de karate. Con generosidad y compasión. O con cadenas. Este algo que lo mismo avanza por puertos de montaña, que se demora debajo de un árbol en un parque urbano, que se sacude la arena de entre los dedos de los pies antes de ponerse los zapatos.

Delante de mí brilla la pantalla. Parpadea impaciente el cursor. No me presiona, no: me guiña el ojo. Da miedo empezar algo, algo que puede ser ancho y hondo, lo que yo quiera, a mi medida. Basta con mover los dedos, con hacer del camino la medida del éxito. Escribo de nuevo.

Es verano, los puertos están abiertos.


martes, 2 de agosto de 2011

PUBLICIDAD



—Sí, ¿oiga? Llamo por lo del anuncio.

—Buenas noches. ¿Sería tan amable de decirme en qué medio lo vio? ¿Prensa, televisión, tal vez?

—Er..., sí, fue en un papel, por la calle. Una de esas octavillas.

—¿Y en qué ciudad, si es tan amable?

—¿Es necesario? Bueno, sí, claro: supongo que sí, ¡qué tontería! En Madrid. La recogí del suelo hará unos diez días. Llamo porque quiero hacerlo.

—¿Diez días? No ha tardado mucho.

—No, bueno... Pero estoy decidido. Lo he pensado bien y estoy decidido. En realidad esto es lo que quería desde siempre. Cuando vi el anuncio lo tuve claro. No tenía ni idea de que se podía, ya sabe, hacer algo así. Lo tengo claro.

—Puedo resolver cualquier duda que tenga en este momento, si lo desea.

—No tengo dudas, de verdad. Es lo que quiero hacer.

—¿Sabe que tendría que renunciar a vivir en su ciudad?

—He visitado su página web y me he informado bien de todo. Lo de la luz, la comida y todo eso. De verdad, estoy interesado en seguir adelante. He reflexionado mucho. No tengo familia, ¿sabe? Ya sé que debo irme, renunciar a los amigos...

—Perfecto. Aún así, permítame que le explique el procedimiento: en primer lugar, voy a hacerle un cuestionario, que estudiaremos en profundidad. En caso de que su perfil sea el idóneo, le llamaríamos para una primera entrevista. Una vez superada ésta...

—¿El perfil idóneo? ¿Es que hay muchos candidatos? No creo.

—...Le decía que, una vez superada, le citaríamos para un segundo encuentro, ya con su Encargado. Si todo va bien, esa entrevista podría ser definitiva.

—Entiendo.

—¿Podría responderme a unas preguntas, por favor? ¿Seguimos adelante, entonces?

—Adelante, claro, sí. Pero, un momento: ¿cuánto tiempo duraría todo el proceso de selección? Me refiero... ¿semanas? ¿Meses?

—Eso es muy variable, depende de cada Encargado.

—Bueno, en mi caso no creo que tarden mucho, de verdad creo soy perfecto para..., que encajo. No tardarán mucho en aceptarme.

—De todos modos, con una decisión tan firme, acaso el tiempo ya sería lo de menos, ¿no cree?