jueves, 22 de diciembre de 2011

NAVIDAD, OTRA VEZ


Me ha costado tiempo poder volver a entrar aquí con tranquilidad para escribir. Los días, en el último mes, se han vuelto un algo escurridizo y organizado donde no parecen existir huecos para detenerse a salvo.

Hoy al fin he podido parar con la intención tan tópica y feliz de desearos todo lo mejor en estas fiestas y en el año que entra.

Amor, buenas letras, amistad, trabajo, esperanza... Cada uno sabe lo que quiere y aunque a veces no sea lo que más nos conviene, soñemos con que es posible. Eso os deseo: buenos sueños y despertares llenos de fuerza y energía para hacerlos realidad, o al menos intentarlo.

Feliz nacimiento.

viernes, 2 de diciembre de 2011

EL DESPERTAR, EL FRÍO


Anoche soñé que jugaba un partido con Rafa Nadal. Uno de esos partidos en los que nadie gana. Cuando me desperté me sentía sofocada. Antonio roncaba a mi lado. ¿Habría notado algo? A mi cabeza acudía la imagen de Rafa mordiéndome el dedo gordo del pie, como si fuera el asa de la Copa de los Mosqueteros. Antonio también había llevado una melenita castaña y racial antes de quedarse calvo. Eso también le sucedió de repente, lo de quedarse calvo. En apenas una semana lucía una perfecta tonsura de consagrado. Y una mañana ya no le quedaba nada. El médico le dijo que era cosa de las hormonas y le recetó una boina. No me imagino a Rafa con boina. Lo otro, dijo el médico, era por la próstata. Antonio fue una temporada a jugar al tenis al Club de Campo con Alcibíades, el abogado. Llevaba unos pantaloncitos blancos ridículos, muy cortos y un polo Lacoste. En mi sueño Rafa se quitaba de un solo movimiento una de esas camisetas sin mangas, de colores fuertes, y luego me miraba con los ojos indios entrecerrados, calculando la profundidad del saque. Suspiré y Antonio se revolvió en sueños. Seguro que me lo notaba. Él lo notaba todo, aunque la sensibilidad se le había caído de los labios, de la punta de los dedos... A veces, desde la cama, me miraba el camisón por encima de las gafas, y tragaba saliva, y seguía leyendo. Entonces yo sentía ganas de golpearle mientras me metía en mi estricto lado de la cama, entre las sábanas frías. Te estoy calentando las sábanas, me decía él, Rafa, tumbado en mi lado como una de las majas. Y yo ardía, rompía a arder, como si fuera un vampiro y Rafa hubiera alzado la persiana. Después sucedió todo, sin orden ni concierto. Sus gritos desde el fondo de la pista, mis risas, los chasquidos. El revés liftado, el saque y la volea. La muerte súbita. El despertar, el frío, la realidad, la culpa. Antonio ya no roncaba, respiraba acompasadamente. Invadí su lado, tenía los pies frescos. Yo sudaba. Pensé en tratar de calentárselos, pero solo le di un beso en la frente.