A veces hay lobos hambrientos esperándonos en el descansillo. Nos obligan a posponer todos nuestros planes. Nos obligan a mirar por la mirilla con ansiedad, a buscar el brillo de sus ojos amarillos en la penumbra. A temer –pero también de forma mezquina- a desear que aparezca algún vecino, sólo por comprobar qué es lo que pasaría, si podemos atrevernos a poner un pie fuera.
Ideamos un plan de fuga, recorriendo en nuestra cabeza el breve trayecto hasta el ascensor. Acariciamos la idea de que podremos ser más rápidos que ellos. Se nos ocurre que, aunque logremos entrar en éste sanos y salvos, nadie nos asegura que hayamos conseguido burlarles, que no nos esperen, mostrando sus dientes, en la planta baja. Igual la solución es ser más astutos: asumir el riesgo, lograr entrar en el elevador, subir dos pisos más allá, detenernos, seguir subiendo hasta la última planta para descender de golpe y emprender la carrera, sin pensar, hacia la calle.
Perderemos mucho tiempo ideando un plan. Soñaremos con ser capaces de correr más que ellos. Maldeciremos que cacen en manada.
Los audaces detendrán el pensamiento y pasarán a la acción. No les arredrará la negrura de su pelaje, ni el brillo tenso de sus dentaduras. Emplearán incluso armas de su invención para combatirlos. Puede que no lleguen a escapar, pero la parte de ellos que perezca lo hará con una sonrisa fiera en la boca. Y puede que esto sirva para que algún observador tras la mirilla mejore su estrategia.
Otros darán vueltas y más vueltas. Esperarán a que venga alguien, tratarán de tener una certeza. Llorarán. Pedirán una ayuda que nadie podrá prestarles. Llamarán a los bomberos llenos de baldía esperanza. Terminarán sentados en el sofá, ocupados en darse razones que justifiquen su renuncia.
Habrá quien cambiará el tono de su piel y se confundirá en la manada. Afilará sus colmillos, ensayará un aullido feroz ante el espejo, como si éste pudiera oirle. Probará suerte y es puede que triunfe en su empeño. Quizá se acomode de tal manera que olvide que su propósito era huir y se instale en el rellano para esperar otras presas.
Siempre habrá quien idee un discurso convincente y agresivo, quien crea que los lobos atienden a razones.
O quien les tire un hueso y se entretenga jugando con ellos, riendo, sin ser capaz de ver maldad en esos seres.
Y el que arriesgue su mano para asomar la cámara de fotos y protestar ante el mundo por tamaña situación injusta.
Y quien salga al desamparo y los mantenga a raya con una mirada pacífica, desprovista de angustia. Aceptando que escapar o ser devorado es algo que poco tiene que ver con quién es él; que esa situación es una contingencia que, en realidad, no existe.
Y otros...
Nadie asegura que el acertijo se resuelva felizmente.
« El hombre es un lobo para el hombre.» Plauto