jueves, 22 de febrero de 2007

ERA GLACIAR

Vivimos una nueva era glaciar. Los científicos parecen no haberse dado cuenta. Aunque supongo, que, como yo misma, cada uno de ellos reparará en ello al cruzar el umbral de sus propias casas. Sólo allí podemos encontrar calor. Esa manta de afecto que nos abriga el corazón. Y por desgracia, cada vez hay más hogares sin esta calefacción.
Salgo a la calle y tropiezo con los velos de escarcha que llevamos en las pupilas, que tienen el mágico efecto de hacer que veamos al otro a cientos de kilómetros de distancia, incluso como un ser de otra especie.
Se me hace duro pensar que esas masas grises se pueden fragmentar en personas. Reparar en que damos por bueno que nadie se implique en nuestros problemas si no nos conoce. O aun conociéndonos. Me reconozco a mí misma diciendo “si no es más que un mandao”, para justificar el desinterés, la frialdad, la deshumanización. Para no sentirme herida y sola, y también para encontrar la autorización para hacer yo lo propio llegado el caso.
Procuramos cosas buenas a nuestros hijos, les cuidamos. Sentimos una ternura devoradora mirándolos, viéndoles crecer. Pero somos capaces de ser terribles con los hijos de los demás, de aplastarlos en beneficio de los nuestros.
Bajo nuestros abrigos, nos preocupamos por el clima del planeta, por el calentamiento global. Ojalá emitiéramos sustancias que crearan un efecto invernadero de tolerancia, de implicación, incluso de cariño. Ojalá nos diéramos cuenta de que está sucediendo lo contrario. Una nueva era glaciar, propiciada por la pérdida de la individualidad, por la asimilación de unos des-valores generales que se pierden en la generalización, por la necesidad vital y falsa de que tenemos que pertenecer a un grupo, implicando esta pertenencia, la asunción de unos valores que muchas veces poco tienen que ver con lo humano.
Olvidamos que somos seres sensibles. O, con suerte, reservamos esta sensibilidad para el círculo más próximo. Y luego nos quejamos de la indefensión. De que no se escuchan nuestras voces. Nos quejamos de los que ostentan el poder, pero somos nosotros quien delegamos en ellos.
Me he adentrado en un mar de espesura, amargo, difícil, hasta tópico...
Y luego nos cuesta entender que haya otros motivos. Vemos como inútiles a las personas que toman una opción distinta, caminos que no desembocan en bienes tangibles para la comunidad, personas que renuncian a formar parte activa de esa entelequia llamada sociedad. Los vemos absurdos, juzgamos sus vidas como carentes de sentido.
No quiero engañarme: los cascos polares no se están derritiendo. Nos invaden.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Estoy de acuerdo contigo, realmente existe un cambio climático emocional. Vivimos un duradero efecto invernadero, donde la individualidad se antepone a cualquier deseo conjunto favorable para el bien común. No entendemos lo que más allá de nuestro mudus vivendi, se nos enseña cada día. Me preocupa la deshumanización, me preocupa que tal vez lo transmita un véctor que un día decida parasitar mi corazón.
Hasta entonces, confíemos que las aguas gélidas de los polos no empañen de vaho nuestra intención.
Besos.

Anónimo dijo...

Esperemos...Es una opción individual. Ojalá logremos controlar esta pandemia.
Un besote y gracias.