miércoles, 28 de febrero de 2007

IMPUNTUAL

No viene el autobús. No voy a llegar a tiempo. Lo sé: es culpa mía. Tenía que haber salido antes. Pero ha sido imposible. He dormido fatal, necesitaba ese ratito de siesta. No ha sido por pereza. Ha sido necesidad. Mi cuerpo, que se subleva.
Camino arriba abajo por la acera, hasta los límites marcados por el armazón metálico de la parada. Una y otra vez. Los coches pasan. Atisbo su interior. Gentes con caras que me desagradan. Les pinto yo otras, para que estén más guapos. Empiezan a encender los faros. La tarde se escapa. Me pregunto dónde irá, a qué viene tanta prisa. Al fondo de la avenida no se ve nada. Aún no viene. Miro el reloj: no llegaré a tiempo.
Diez minutos de cortesía, es lo habitual, lo que manda la buena educación.
Pienso en ella, en su cara tan cambiante. A veces sonríe sin enseñar los dientes. Cuando se pone seria me estimula, me hace poner en marcha los engranajes, buscar mejores soluciones. Cuando llora nunca sé consolarla. Sólo serán diez, quince minutos de retraso. Vaya, sería mala leche no esperarme.
No hay apenas tráfico, reparo en ello. Y siento algo parecido a la esperanza. Esperará. Cómo podría no hacerlo.
Viene el autobús. Es verde. Me anima. Subo con cuidado, son altos los peldaños, apenas me da la falda para trepar por ellos. Me siento junto a una de las ventanas. Hace frío y el aire está cargado. Un hombre me mira, sentado de espaldas al conductor. No me gusta su cara. Le pinto otra. Me pregunto si no se mareará yendo ahí sentado. Él esquiva mis ojos y a mí me entran ganas de reír.
Los semáforos se cierran cuando nos ven aparecer. Miro el reloj de nuevo. Suspiro. Mañana no dormiré la siesta, me acostaré antes, procuraré cambiar el hábito. Sólo van a ser diez minutos largos. No es para tanto. Ella me esperará.
Quizá llegue tarde. No, no. Ella es puntual como la muerte. Por algo es su contraria. O quizá su hermana. No lo sé. Niego con la cabeza. El hombre vuelve a mirarme. Ahora pensará que estoy loca. No, no, caballero. Sólo es que voy con prisa.
Ya veo mi parada. Me pongo en pie, estiro la ropa, me paso la mano para ordenar mis greñas. Atisbo la esquina, colgada de la barra para no caer por el frenazo. No veo nada, fuera ya está oscuro. Las ruedas chirrían y empieza a dolerme la cabeza. Algo parecido al miedo empieza a coger ventaja. Ya me saca medio cuerpo. Me siento como un galgo. No. Mejor, como un caballo. Si me descuido, llegará antes que yo a la cita. Se ha escapado de mis manos, no puede ser. Corre mucho más que yo, que el autobús, que el aire. Al fin se abren las puertas. Camino rápido, alcanzo el lugar exacto. Las manecillas me dicen que no he llegado por los pelos. Siete minutos. Ella no está. Ya se ha ido.
Aún perdura su perfume en el aire. El miedo se apoya en la pared, cruza las piernas y enciende un cigarrillo. Yo no sé que hacer. Ella siempre llega en punto. Se ha ido. No sé si volverá a llamar. Puede que esté enfadada. Pero yo puedo explicarlo, soy humana, no es tan raro lo que me ha pasado. Claro que ella me dirá que lo mismo me pasó ayer. Y la semana pasada. Que llevo así desde los quince años.
Tiene razón. Me da lo mismo. Que piense lo que quiera. Yo ya sé que ella es lo único que tengo. Busco una cabina. Aprieto el paso. Las volutas de humo me indican que él ni se ha movido. Respiro tranquila. Marco con decisión. Volverá a quedar conmigo. Lo sé. La próxima vez pondré el despertador. Se acabó. Solucionado. Ella querrá quedar, perdona pronto. Tal vez no le queda más remedio. Sólo la tengo a ella. Y ella a mí.

2 comentarios:

Azul... dijo...

Ya te digo, es sorprende la forma en que puedes expresarte, la forma en que haces que una se meta en tu piel y se asombre hasta los huesos al verse escrita por ti... Y eso vale para cada post, Leo, para todos. De verdad que eres un descubrimiento estupendísimo =o)

300 besos!

Anónimo dijo...

Muchísimas gracias, Azul. Por las visitas, por los comentarios. Y también por tu blog.
Nos seguimos "viendo" en la red.
Besos