lunes, 1 de marzo de 2010

CANICAS

La caja estaba en el altillo del armario. Tuve que poner un par de guías telefónicas debajo de las patas del taburete para alcanzarla. Aquello se movía. Daba miedo. Pero es que ocupaba un lugar precioso. Y además, me observaba. Tenía que balancearme un poco sobre el taburete para conservar el equilibrio. La caja pesaba casi tanto como yo. La atraje como pude. Creía que la tenía asegurada contra el pecho cuando respiré el polvo de la tapa. El estornudo me hizo tambalearme y, claro, caí, como un fardo, desde la altura. El cartón se pulverizó al contacto con el suelo. Y un millón de canicas se expandió por todo el piso. Parecían girar todas a un tiempo, un desconcertante cardumen de cristal que invadió en segundos cada centímetro de mi casa. Rodaban con estrépito. En algunas veía mi reflejo deforme. Tenía que ponerme en pie, pero pronto fue imposible. Parecían reproducirse por momentos, no quedaba ni un hueco sin una canica sacándome la lengua. Otras golpeaban las baldosas con sus cubiertos relucientes. Crecían sin parar. Tenía que haber una solución. Si lograba llegar hasta el extremo, podría hacer contrapeso y que resbalaran por la ventana, hacia la calle. Y adiós muy buenas. O ponerme a dar voces y provocar una estampida. O tal vez debajo de la alfombra encontrara el tapón del sumidero: se escurrirían en el sentido de las agujas del reloj hasta la desmemoria. Pero había que moverse. Y en ese justo instante sonó el timbre de la puerta. Tenía que respirar, superar el dolor del golpe, ignorar la taquicardia, la sensación de tambor a punto de rasgarse. Encontrar el modo. Siempre hay un modo. Sí. Las canicas empezaban a hablar entre sí, a agruparse. Volvieron a llamar. Grité que me esperaran, por favor, que ya iba. Lo iba a hacer. Sí. Poco a poco. Alcanzaría la puerta. Aunque fuera a gatas.

15 comentarios:

Manu Espada dijo...

Muy original, una especie de alegoría de la infancia. Yo depequeño tenía una caja llena de canicas, era mi bien más preciado.

dintel dijo...

Me encantan estos textos que me recuerdan a "La espuma de los días".

Elvira dijo...

Me asustan tus canicas vivas, jaja!

Cada vez escribes mejor, Leo. Besos

la cocina de frabisa dijo...

Es que un millón de canicas, con muchas, demasiadas para ponerse en pie.
Asustan un poco en tu relato, aunque a mí me traen buenos recuerdos.

Magnífico relato.

un beso

Belén dijo...

Cuando las canicas se caen desde lo alto es como una lluvia de piedras de colores....

Besicos

leo dijo...

Manuespada: Qué ternura me dan esos tesoros de la infancia. Me parecen preciosos. Gracias.

Dintel: Yo sigo sin saber qué es eso de "La espuma de los días". Investigaré. Muchas gracias.

Elvira: Jo, me alegro de que te gusten estas canicas. Eso quiere decir que no te asustas con facilidad. ¡Graciñas! Un beso grande.

Frabisa: A mí las canicas me parecían bonitas para tenerlas en la mano y mirarlas, pero peligrosas. Y el sonido que producen cuando ruedan por el suelo me desagrada profundamente. Gracias y un besote.

Belén: Esa lluvia sería bonito verla, pero a salvo, desde lejos. No hay paraguas que la pare. Un besote.

Fer dijo...

Tenían caras las canicas, o algo así como matrículas: podían identificarse. Y la más grandes (las "bolo") eran un pelo más feas. Vaya juguete.

La Rata Paleolítica dijo...

Nada nada, hay que quitar las canicas de en medio como sea, que así no se puede avanzar. Con un palo largo se pone en el suelo y se van barriendo a un lado. El suelo se queda limpio y uno puede concentrarse en caminar y en la meta que sea, en vez de preocuparse de mil canicas que no le dejan a uno hacer nada.
El sonido de las canicas rebotando y rodando en el parqué es uno de los mas exacerbantes que puede haber, sobre todo si se es el vecino de abajo ;o)

Cris dijo...

Jo, qué angustia...

Mis vecinos de arriba echan a rodar una canica todas las noches cuando estoy en la cama. Al menos es lo que parece por el ruido. Nunca he sabido qué hacen en realidad ni por qué.

Misterios...

Besos!

carmen dijo...

Jo, qué mal trago, leoncito. La proxima vez ni se te ocurra subirte a coger nada del altillo. Lo que está en el altillo debe continuar allí.
Besote

leo dijo...

Fer: Eran bonitas las pequeñas, sí más que las grandes. A mí me gustaba mirarlas, pero no jugar con ellas. Un beso.

Jesús: Estoy de acuerdísimo con lo del sonido. Todos mis vecinos de arriba han tenido canicas y han seguido jugando con ellas, incluso los de avanzadísima edad. Estamos ante un verdadero trauma, ;-) Un besote y gracias.

Cris: el misterio de la canica omnipresente en todos los hogares. Estoy convencida que, si les pregunto a mis vecinos de abajo, incluso yo juego con canicas y no me doy ni cuenta. Un besote.

Carmen: Si es que yo de espacio ando fataaaaaaaal, para mí los altillos son importantísimosssss. Un beso reina. ¡A ver si nos vemos!

isobel dijo...

un beso y ya te contaré

Johan Bush Walls dijo...

Bonita evocación, resulta que jugar a las canicas (en Guatemala era más común llamarles "cincos", ahora ya casi no se juegan) era una de las mayores diversiones de mi niñez.

Salú pue.

Amparo dijo...

Peligrosas esferas de cristal, te levantarás una y mil veces y volverás a caerte, y aun cuando creas que has terminado con ellas, algunas te vigilarán desde sus escondites.
Y el ruido.

Muy bonito; saludos.

leo dijo...

Isita: Cuéntame cuando tú quieras, reina. Un beso.

Johan: Bienvenido. Aquí creo que tampoco nadie juega a las canicas, salvo los vecinos de arriba. Un saludo y gracias por la visita.

Amparo: Siempre cayendo, para eso nos levantamos, ¿no? El ruido es lo que a mí me mata. Gracias.